viernes, 29 de mayo de 2015

El tema de este libro es el cerebro humano, en sus funciones más humanas, analizado desde una perspectiva completamente material. En la generación de los conceptos más abstractos y las ideas más sublimes, sólo es posible advertir la actividad interneuronal de neurotransmisores e impulsos eléctricos de bajo voltaje. Se remite a una teoría del conocimiento que identifica las funciones psicológicas del cerebro, en tanto estructura fisiológica, con generadores de estructuras psíquicas, siendo ambas estructuras propias de nuestro universo de materia y energía, y descubre que las imágenes y las ideas son estructuraciones en escalas superiores que parten de las sensaciones y las percepciones de nuestra experiencia.



Patricio Valdés Marín


Registro de propiedad Intelectual Nº 169.033



Prefacio a la colección El universo, sus cosas y el ser humano



El formidable desarrollo que ha experimentado la tecnología relacionada con la computación, la informática y la comunicación electrónicas ha permitido el acceso a un inmenso número de individuos de la cada vez más gigantesca información. Por otra parte, existe bastante irresponsabilidad en parte de esta información sobre su veracidad por parte de algunos de quienes la emiten, tergiversando los hechos. Además, mucha de la información produce alarmas y temores, pues aquella gira en torno a intrigas, conspiraciones, crisis y amenazas. Habría que preguntarse ¿hasta qué punto esta información refleja la compleja realidad? ¿Cuánta de toda esa información es verdadera? ¿En qué nos afecta? Como resultado hemos entrado en una era de desconfianza, relativismo y escepticismo. Sin embargo la raíz de ello debe buscarse más profundamente.

Vivimos en un periodo histórico ya denominado posmodernismo, que se caracteriza por el derrumbe de los dogmas religiosos y sistemas filosóficos tradicionales a consecuencia del enorme progreso que ha tenido la ciencia moderna y su método empírico, contra cuyo descubrimiento de la realidad no pudieron sostenerse. Sin embargo, la antigua sabiduría respondía de alguna manera a las preguntas más vitales de los seres humanos: su existencia, su sentido, el cosmos, el tiempo, el espacio, la vida y la muerte, Dios, la verdad, el pensamiento, el conocimiento, la ética, etc., pero la ciencia, que ocupó su puesto, no ha podido responderlas, ya que no son esas preguntas su objeto de conocimiento. Por la ciencia entramos en una época de enorme conocimiento y certeza, pero si no se es fiel a la verdad que devela, es fácil caer en el  relativismo: ahora todo es opinable y no se respeta ninguna autoridad, en cambio se pide respetar a cualquiera por cualquier sonsera que esté diciendo; existe poca o ninguna crítica; aparecen gurúes, charlatanes y falsos profetas por doquier, mientras la gente permanece desorientada y escéptica; se divulga falsedades por negocio, fama o intereses espurios.

No se trata de revivir los antiguos dogmas religiosos y sistemas filosóficos, sin embargo, 1º las preguntas que responden al ¿qué es? filosófico, más que el ¿cómo es? científico, que éstos intentaban responder están tan plenamente vigentes hoy, ya que sin aquellas nuestra vida sería vacía y que la filosofía emergió como un esfuerzo racional y abstracto para conferir unidad y racionalidad al mundo, y 2º, la ciencia sigue con firmeza develando esta tan misteriosa realidad, puesto que no fue hasta el desarrollo de aquella que el mundo comenzó a ser entendido como sujeto a leyes naturales y universales de relaciones causales. En consecuencia, esta obra requerirá llegar a los grados de abstracción que demanda la filosofía y a partir de justamente la ciencia intentará responder a las preguntas más vitales. El criterio de verdad que la guiará son las ideas universales y necesarias de ‘energía’ para lo cosmológico y la complementariedad ‘estructura-fuerza’ para el universo material.

Nuestras ideas son representaciones subjetivas y abstractas de una realidad objetiva y concreta, pero la realidad es profundamente misteriosa y nuestro intelecto es bastante limitado para aprehenderla. De este modo se intentará  reflexionar en forma sistemática y unificada sobre los temas más trascendentales de la realidad. En este discurrir, deberemos mantenernos críticos, en el sentido de análisis y juicio referido a la realidad, pues dichas ideas no son “claras y distintas”, como supuso Descartes. El filosofar que podemos emprender debe intentar entender tanto el sentido último del universo, sus cosas y los seres humanos como servirles de fundamento racional. Replanteándolo todo hasta querer bosquejar un nuevo sistema filosófico, un nombre apropiado para esta obra de diez libros podría ser simplemente El universo, sus cosas y el ser humano.


EL CONTEXTO CÓSMICO DE LA OBRA

Parafraseando el inicio del Evangelio de s. Juan (Jn. 1, 1), afirmaremos, “En el principio, estaba la infinita energía”. La energía, que no se crea ni se destruye, solo se transforma —según reza el primer principio de la termodinámica—, que no debe ser pensada como un fluido, ya que no tiene ni tiempo ni espacio, que su efectividad está relacionada con su discreta intensidad, que es tanto principio como fundamento de la materia, no puede existir por sí misma y debe, en consecuencia, estar contenida o en dependencia. Y Dios la causó y liberó en un instante, hace unos 13 mil setecientos millones de años atrás, la codificó y la dotó de su infinito poder, creando el universo entero. La cosmología llama “Big Bang” a esta ‘explosión’ y se puede definir como un traspaso instantáneo, irreversible y definitivo de energía infinita a nuestro material universo en el mismo instante de su nacimiento. La energía que este agente suministró al universo, tal como si fuera un sistema, no termina en desorden, sino sirve para generar y estructurar la materia. El Big Bang, que sería el soplo divino, es también el instante del punto del comienzo de la creación y es igualmente el manto que, desde nuestro punto de vista, envuelve todo el universo. En el mismo grado que el objeto que se aleja cercano a la velocidad de la luz del observador, que de acuerdo con la contracción de FitzGerald se acorta en el eje común entre objeto y observador, aseveramos que, con el fin de mantener la simetría, el plano transversal del objeto a este eje se agranda recíprocamente hasta identificarse con la periferia de nuestro universo. Inversamente, la teoría especial diría que para un observador situado justo en el Big Bang, Dios en este caso, el tiempo habría sido tan grande que ni una fracción infinitesimal de segundo habría transcurrido. Una vez más, para este observador la distancia se habría reducido a cero, como si el Big Bang fuese la base de un tronco que sostiene la inmensidad del universo, dándole unidad a través de una inmensa relación causa-efecto. Dado que todo el universo tuvo un origen único y común, entonces las mismas leyes naturales gobiernan todas las relaciones de causa-efecto entre sus cosas. Para la causa del universo entronizada en el Big Bang, a pesar de estar a alrededor de 13,7 mil millones de años de distancia en el pasado, cada parte del universo estaría en su propio tiempo presente, mientras que la manifestación de causalidad estaría recíprocamente presente en todo el universo.

El universo conforma una unidad en la energía que no admite dualismos espíritu-materia, como los postulados por Platón, Aristóteles o Descartes. Así, el universo, en toda su diversidad, está hecho de energía y nada de lo que allí pueda existir puede no estar hecho de energía. Tales de Mileto, considerado el primer filósofo de la historia, postuló al “agua” y sus tres estados como clave para incluir la diversidad del universo; después de él otros sugirieron diversos entes como fundamento de la cosas; tiempo después Parménides inventó el concepto de “ser” para darle unidad a la realidad, concepto que hechizó a toda la filosofía posterior; ahora proponemos la idea de “energía” para este mismo efecto metafísico. Si desde Heráclito la filosofía comenzó a especular sobre el cambio que ocurre en la naturaleza, la ciencia observó por doquier a conjuntos relacionados causalmente como sistemas que se transforman de modo determinista según las leyes naturales que los rigen y ella los reconoció, más que cambios, como procesos. El tiempo y el espacio del universo están relacionados con el proceso. Ambos no son categorías kantianas a priori que residen en nuestra mente. El tiempo proviene de la duración que tiene un proceso y el espacio procede de su extensión. La infinidad de interacciones originadas en el Big Bang constituyen el espacio-tiempo del universo, donde cada ser u observador existe en su tiempo presente y todo lo demás está entre su próximo y lejano pasado, estando el Big Bang a la máxima distancia y siendo lo más joven del universo. La velocidad máxima de las interacciones es la de la luz. La fuerza gravitacional es el producto de la masa que se aleja con energía infinita de su origen en el Big Bang a dicha velocidad y que forzadamente se va separando angularmente del resto de la masa del universo, por lo cual el universo es una enorme máquina que, por causa de su expansión radial (no como un queque en el horno), genera la fuerza de gravedad, teniendo como consecuencia su pérdida asintótica de densidad. Y esta fuerza más el electromagnetismo y las otras dos que ellas causan dentro de la estructura atómica producen la incesante estructuración y decaimiento de las cosas.

Algunos científicos creen observar un completo indeterminismo en el origen del universo, pudiendo éste haber evolucionado indistintamente y al azar en cualquier sentido. No consideran que el universo haya seguido la dirección impresa desde su origen según las propiedades de la energía primordial y la relativa estabilidad de lo que se estructura. De modo que la energía primigenia se convirtió en el universo y fue desarrollándose y evolucionando, auto-regulado por lo posible en cada posible escala estructural. La energía comprende los códigos de la estructuración de las partículas fundamentales de la materia. Estas partículas poseen máxima funcionalidad, ya que adquirieron entonces energía infinita, lo que las llevó a viajar a la máxima velocidad posible (la de la luz) desde el Big Bang. El universo que percibimos es estructuración de energía en materia en dos formas básicas, como masa según la famosa ecuación E = m·c² y como carga eléctrica (positiva y negativa). La conversión en carga eléctrica requirió también mucha energía. La fuerza para vencer la resistencia entre dos cargas eléctricas del mismo signo es enorme. Se calcula que solamente 100.000 cargas (electrones) unipolares reunidas en un punto ejercerían la misma fuerza que la fuerza de gravedad de toda la masa existente de la Tierra. Infinitos y funcionales puntos o centros atemporales y adimensionales de energía generan el espacio-tiempo del universo al interactuar entre sí y relacionarse causalmente mediante también energía, estructurando enlaces relativamente permanentes, generando la diversidad existente, que se rige por el principio complementario de la estructura y la fuerza, y produciendo energía cinética y/o ondulante que podemos sentir, que nos puede afectar y que mediante éstas también podemos afectar a otras cosas.

El mundo aparecía naturalmente a nuestros antepasados como caótico y desordenado, existiendo allí tanto nacimiento, gozo y regeneración como sufrimiento, muerte y destrucción. Ellos se esforzaron en dar explicaciones para dar cuenta de esta arbitraria situación y que resultaron ser mayormente míticas. Ahora, por medio de la ciencia moderna, podemos entender objetivamente este mundo y su evolución y desarrollo. El dominio de la ciencia comprende las relaciones de causa-efecto que producen el cambio en la naturaleza, determinadas según sus leyes naturales, siendo válido para todo el universo, y que es virtualmente todo lo que sabemos con mayor, menor o total certeza. Las hipótesis científicas concluyen en la definición de las leyes naturales que rigen la causalidad del universo a través de la demostración empírica y la observación. La ciencia devela que en el curso de su existencia el universo ha ido evolucionando y se ha ido desarrollando hacia una complejidad cada vez mayor de la materia, la que se ha venido estructurando en escalas incluyentes cada vez más multifuncionales. Desde las estructuras subatómicas, atómicas, moleculares y biológicas, hasta las psicológicas, sociales, económicas y políticas, la estructuración en escalas mayores y más complejas no ha cesado. Las estructuras, que se ordenan desde las partículas fundamentales hasta el mismo universo, son unidades discretas funcionales que componen estructuras de escalas mayores y cada vez más complejas (por ejemplo, solo existe un centenar de tipos de átomos relativamente estables y unos 50.000 tipos de proteínas) y son formadas por unidades discretas funcionales de escalas menores. La estructura más compleja y de mayor funcionalidad es el ser humano, el homo sapiens del orden mamífero de los primates.

Como todo animal con cerebro, que  ha venido adaptativamente a relacionarse con el medio a través del conocimiento, la afectividad y la efectividad y que necesita satisfacer sus instintos primordiales, fijado por la especie, de supervivencia y reproducción, el ser humano es capaz de generar estructuras psíquicas (percepciones e imágenes) a partir de la materialidad biológica y electro-química de este órgano nervioso central y de las sensaciones que proveen los sentidos. Pero a diferencia de todo animal el más evolucionado cerebro humano tiene capacidad de pensamiento racional y abstracto, pudiendo estructurar en su mente todo un mundo lógico y conceptual, a partir de imágenes, y que busca representar el mundo real que experimenta y comprender el significado de las cosas y de sí mismo. Él estructura en su mente relaciones lógicas, ontológicas y hasta metafísicas y también puede comprender las relaciones causales de su entorno. Para ello se ayuda del sistema del lenguaje que emplea primariamente para comunicarse simbólicamente con otros seres humanos y también para acumular información y desarrollar aprendizaje y cultura. La realidad que conoce es la sensible y, por tanto, material. Su accionar más humano en el mundo es intencional y responsable, ya que emana de su libre albedrío, que es producto de su razonar deliberado. En esta misma escala su afectividad, más allá de sensaciones y emociones, se estructura propiamente en sentimientos. Persiguiendo vivir la vida con la mayor plenitud posible, los individuos humanos se organizan en sociedades que buscan la paz, el orden, la defensa, el bienestar y la explotación de los recursos económicos a través de la cooperación y la justicia, pero muy imperfectamente, ya que algunos fuerzan satisfacer necesidades individuales de modo desmedido y otros dominan y explotan al resto. Son objetos (no sujetos) de los derechos reconocidos como fundamentales por la sociedad civil, y resguardados por sus instituciones de poder político.

Cuando el ser humano reflexiona sobre el por qué de sí mismo, llegando a la convicción de su propia y radical singularidad, su multifuncionalidad psíquica es unificada por y en su conciencia, o yo mismo, pero no de modo mecánico, sino transcendente y moral. La transcendencia es el paso desde la energía materializada, que se estructura a sí misma y es funcional, hasta la energía desmaterializada que la persona estructura por sí misma. Si el individuo se estructura a partir de partes que anteriormente pertenecieron a otros individuos y pertenecerán en el futuro a nuevos individuos, la persona se estructura a partir de energía que permanecerá en lo sucesivo estructurada. La conciencia humana es el advertir que el yo (el sujeto) es único y que su existencia transcurre en una realidad objetiva que su intelecto le representa como verdadera. Pero transcendiendo esta materialidad que ella conoce, está lo llamado “espiritual” y viene a ser la estructuración de la energía como producto del intencionar, en lo que llamaremos conciencia profunda, forjándola indeleblemente en sí de un modo desmaterializado. El punto de partida de este tránsito a lo inmaterial es la acción intencional, que depende de la razón y los sentimientos y que se relaciona al otro a través del amor o el odio; ésta se identifica con el ejercicio de la libertad y con la autodeterminación, siendo lo que caracteriza al ser humano. La conciencia profunda reconoce que la realidad, no es solo material, sino que también es transcendente, y la puede conocer con otros “ojos” que ven la experiencia sensible, los cuales podrían abrirse completamente solo tras la muerte fisiológica del individuo. El alma no preexiste en un mundo de las Ideas, al estilo de Platón, para unirse al cuerpo en el momento de la concepción, sino que se fragua en el curso de la vida intencional. Esta metempsicosis transforma lo inmanente de la cambiante materia en lo transcendente de la energía inmaterial. La estructuración de una mismidad singular como reflejo de la actividad psíquica de su particular deliberación es el máximo logro de la evolución que, a partir de materia individual, produce energía estructurada. Así, el ser humano puede definirse, más que como animal racional, como un animal transcendente que transita de lo animal a la energía personal. Desde esta perspectiva el sentido de la vida es doble: vivir plena y conscientemente la vida y estar consciente de la vida eterna y sus demandas. Estas explicaciones son especulativas y no se asientan ciertamente en conocimiento científico alguno, pues están fuera del ámbito de lo material, ya que solo conocemos lo sensible, pero está en sintonía con los sucesos místico y parapsicológico reconocidos y surge de superar el dualismo del ser metafísico por la energía que incluye tanto lo material como lo inmaterial.

Y cuando la muerte, propia de todo organismo biológico, desintegra la estructura del individuo, subsiste la persona, que es propiamente la estructura del yo mismo puramente de energías diferenciadas que se han unificado en la conciencia profunda durante su vida. La muerte supone la destrucción irreversible del vínculo de la energía estructurada del yo mismo, inmortal, con su cuerpo de materia estructurada que la contenía, manifiestamente incapaz ahora de existir. Considerando que ya no resulta necesario satisfacer los instintos biológicos de supervivencia y reproducción, como tampoco estar sujeto a ningún otro instinto, en su nuevo estado de existencia el yo personal se libera del consumo de energía de un medio material y, por tanto, de la entropía, lo que significa también que su acción ya no puede tener efectos sobre la materia. Asimismo, desaparecen nuestros atesorados conocimientos y experiencias de la realidad del universo material que percibimos a través de nuestros sentidos animales como también nuestra forma de pensamiento racional y abstracto y memoria basados en el cerebro biológico. Surgiría una forma nueva, inmaterial, transcendental, de pura energía, pero implícita en la conciencia profunda, incomparablemente más maravillosa para conocer y relacionarnos que corresponde a esa insondable y misteriosa realidad que se presentaría, todavía imposible de conocer en nuestra vida terrena. Pero la persona, ahora reducida a lo esencial de su ser, necesitaría y buscaría afanosamente un contenedor de su propia y estructurada energía para poder manifestarse y expresarse en forma plena de conexión. La esperanza es que quien en su vida ha reconocido de alguna manera a Dios y ha sido justo y bondadoso según, por ejemplo, la enseñanza evangélica, estará finalmente, cuando muere, en condiciones de acceder al Reino de misericordia, amor y bondad, que Jesús conoció (¿a través del fenómeno EFC?) y anunció, y existir colmadamente. De ahí que su condición en la “otra vida” sea un asunto de opción moral personal durante su vida terrena. Al no estar inmerso en la materialidad, ya no se interpone el espacio-tiempo que lo mantiene separado de Dios. Así, la energía liberada originalmente por Dios retorna a Él estructurada en el amor.

Los libros de esta obra se enumeran y titulan como sigue:

Libro I, La materia y la energía (ref. http://unihum1.blogspot.com/), es una indagación filosófica sobre algunos de los principales problemas de la física, tales como la materia, la energía, el cambio, las partículas fundamentales, el espacio-tiempo, el big bang, la forma y el tamaño del universo, la causa de la gravitación, agujeros negros, y llega a conclusiones inéditas.

Libro II, El fundamento de la filosofía (ref. http://unihum2.blogspot.com/), analiza lo que relaciona y lo que separa a la filosofía y a la ciencia; expone la concepción histórica de la relación entre la idea y la realidad, la razón y el caos; critica a la filosofía tradicional en lo referente a la dualidad espíritu y materia que proviene de la antigua antinomia de lo uno y lo múltiple, y sienta nuevas bases para una metafísica a partir del conocimiento científico.

Libro III, La clave del universo (ref. http://unihum3.blogspot.com), expone la esencia de la complementariedad de la estructura y la fuerza como el fundamento del universo y sus cosas, que es coextensiva del ser y que es el tema tanto de la ciencia como de la filosofía, con lo que se supera toda contradicción entre ambas ramas del saber objetivo.

Libro IV, La llama de la mente (ref. http://unihum4.blogspot.com/), se remite a una teoría del conocimiento que identifica las funciones psicológicas del cerebro, en tanto estructura fisiológica, con generadores de estructuras psíquicas, siendo ambas estructuras propias de nuestro universo de materia y energía, y descubre que las imágenes y las ideas son estructuraciones en escalas superiores que parten de las sensaciones y las percepciones de nuestra experiencia.

Libro V, El pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com), desarrolla una nueva epistemología que busca descubrir los fundamentos del pensamiento abstracto y racional en las relaciones ontológicas y lógicas que efectúa la mente humana a partir de las cosas y sus relaciones causales.

Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://unihum6.blogspot.com/), se refiere principalmente al reino animal, del cual el ser humano es un miembro pleno, en cuanto es una estructuración de la materia en una escala superior.

Libro VII, La decisión de ser (ref. http://unihum7.blogspot.com/), trata de una de las funciones de los animales, la efectividad, que específicamente en el ser humano se estructura como voluntad, que proviene de su actividad racional, que se manifiesta en su acción intencional, que es juzgada por la moral, la ética y la norma jurídica, y que confiere sustancia y sentido a su vida.

Libro VIII, La flecha de la vida (ref. http://unihum8.blogspot.com/), en las fronteras de la reflexión filosófica y aún más allá, intenta explicar la relación de lo humano con lo divino, la que comienza por la capacidad natural del ser humano para reconocer y alabar la existencia de lo divino, y la que termina en una invitación divina a una existencia en su gloria.

Libro IX, La forja del pueblo (ref. http://unihum9.blogspot.com/), analiza una filosofía política que parte del ser humano como un ser tanto social como excluyente, tanto generoso como indigente, para indicar que la máxima organización social debe estar en función de los superiores intereses de la persona, finalidad que se ve entorpecida por anteponer artificiosamente el derecho al goce individual a los derechos de la vida y la libertad.

Libro X, El dominio sobre la naturaleza (ref. http://unihum10.blogspot.com/), estudia el contradictorio esfuerzo humano de supervivencia y reproducción para conquistar y transformar su entorno a través de una asignación desequilibrada de recursos económicos, entre los cuales la tecnología, como creación de la mente humana, es una prolongación del cuerpo para reemplazar su esfuerzo, la demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, y la naturaleza resulta demasiado limitada para las ilimitadas necesidades humanas que satisfacer.



Deseo expresar mi reconocimiento y mis más vivos agradecimientos a mi esposa Isabel Tardío de Valdés. Sin su paciencia, apoyo moral y cariño esta obra no habría sido posible.

Patricio Valdés Marín



CONTENIDO



Prólogo

Introducción

Capítulo 1. Evolución de la conciencia

Cerebro y evolución
Cerebro y desarrollo

Capítulo 2. Estructura y funcionamiento del cerebro

El cerebro
El sistema nervioso
El cerebro estructura

Capítulo 3. Las funciones psicológicas del cerebro

Psicoanálisis y teoría
Aprendizaje y comportamiento
Sensación, percepción e imaginación

Capítulo 4. La inteligencia humana

Hacia la conciencia de sí
Teoría del conocimiento
Inteligencia biológica e inteligencia artificial
Conciencia corruptible



PROLOGO



La cultura occidental ha sido fuertemente marcada por la dualidad. La antinomia surgida por la confrontación de las posturas extremas de Heráclito y Parménides –el primero, defensor de lo múltiple y mutable, y el segundo, de lo uno e inmóvil– tuvo como solución la dualidad de lo material (que engloba lo múltiple y mutable) y lo espiritual (sede de lo uno e inmóvil). Platón concibió al ser humano como un compuesto de dos elementos antagónicos: el cuerpo y el espíritu. Supuso también que la idea pertenece a un mundo perfecto, distinto del mundo sensible, considerado por él como mera apariencia del primero. En el curso de la historia de Occidente esta dualidad ha tenido distintas expresiones. Para Aristóteles, se trató de la forma y la materia, y para Descartes, dos mil años después, la realidad está constituida de una parte inmaterial pensante y una parte extensa no pensante.

El efecto de la dualidad, que en materia moral se expresa en el dualismo del bien y el mal, ha sido suponer que todo lo referente a las ideas pertenece por su propia naturaleza a un ámbito espiritual. Asimismo, la mente también corresponde a este ámbito. Tomás de Aquino expresó acertadamente esta relación cuando dijo que el continente (la mente) es de la misma naturaleza que lo que contiene (las ideas). Ciertamente, este aforismo sigue siendo válido si demostramos que esta naturaleza no es espiritual, sino que material.

Sin duda se debe efectuar un considerable esfuerzo para rechazar la fuerte impronta cultural que se adscribe a la dualidad espíritu-materia si deseamos compatibilizar en nuestro conocimiento la evidencia que aporta la ciencia moderna. El negarse a este esfuerzo significa permanecer en el oscurantismo. La ciencia ha estado develando persistentemente una realidad en la que no resulta necesario en modo alguno postular una realidad espiritual. Así, las ideas, aquello que más puede vincularse con un ámbito espiritual, han resultado ser un producto enteramente material de la actividad fisiológica del cerebro humano, del mismo modo como un computador electrónico de chips de cuarzo que contiene miles de diminutos transistores y condensadores las puede parcialmente procesar con fantástica rapidez, volumen y precisión.

Precisamente, el tema de este libro es el cerebro humano, el cual ha sido analizado en sus funciones más humanas desde una perspectiva completamente material, no habiéndose encontrado la necesidad para otro tipo de perspectiva. En la generación de los conceptos más abstractos y las ideas más sublimes, sólo es posible advertir la actividad interneuronal de neurotransmisores e impulsos eléctricos de bajo voltaje.

El conocimiento de todos estos fenómenos es el fruto de la investigación de neurólogos, psicólogos y cultores de la inteligencia artificial. Creo que la contribución de este libro radica en el análisis de la génesis de los conceptos más abstractos a partir de simples y múltiples señales que provienen del medio externo y que nuestros sentidos captan como unidades discretas de información. Éstas, nuestro cerebro las va estructurando a través de sucesivas escalas hasta alcanzar ideas tan abstractas como, por ejemplo, la misma idea de ser. Se trata de una descripción que, confío, puede arrojar mayor luz sobre un tema que se encuentra sumamente confuso en la actualidad.

Desde el punto de vista de la construcción de un nuevo sistema filosófico, ha sido necesario tratar este tema, que en efecto pertenece a una teoría del conocimiento, como preámbulo para una epistemología, la que es expuesta en mi libro El pensamiento humano (ref. http://penhum.blogspot.com).



INTRODUCCIÓN



Dentro del marco cultural contemporáneo, el objetivo que me he propuesto es intentar establecer las bases teóricas de una teoría del conocimiento que llegue a explicar hasta la posibilidad del conocimiento trascendental a partir de los discursos de la filosofía y la ciencia cuando intentan dar respuesta al qué son, cómo son y por qué son el cerebro, la mente, la conciencia, el pensamiento y el conocimiento.

En la actualidad, podemos observar que, mientras la psicología filosófica y la epistemología tradicional se preocupan por la abstracción y la lógica para llegar a explicar la realidad y las ideas, pero sin preocupación alguna por los avances experimentales de la ciencia, la neurofisiología y la psicología experimental tratan directamente con las estructuras nerviosas y sus funciones psicológicas, dejando en un campo inaccesible para cualquiera las capacidades abstractas y lógicas del pensamiento humano, como si este campo fuera un objeto ajeno a su quehacer. Sólo quienes están interesados en la inteligencia artificial buscan conocer observando, experimentando y analizando dichas capacidades de la inteligencia de los seres humanos, que no saben aún definir ni describir.

No es extraño entonces que la filosofía tradicional se explaye sobre la razón y la idea sin hacer referencia alguna acerca de la fisiología del cerebro, donde la razón se encuentra justamente radicada, ni tampoco acerca de sus funciones psicológicas, entre las que se encuentran las cognoscitivas que generan las ideas. Tampoco es extraño comprobar que las ciencias que se ocupan de la psicología humana se hagan un embrollo cuando se refieren a sensaciones, percepciones, imágenes, ideas, emociones, sentimientos, instinto, intención, imaginación, discernimiento y otros productos psíquicos del cerebro que conforman la mente. Las distintas escuelas psicológicas están demasiado amarradas a sus orígenes que se encuentran en el positivismo inglés, en el idealismo alemán, en el dualismo cartesiano, en el pragmatismo norteamericano o en el materialismo marxista. Para unificar las preocupaciones de la filosofía y de la ciencia, es necesario utilizar las categorías de estructura y fuerza, función y escala, desarrolladas en mi libro La clave del universo (http://unihum3.blogspot.com). Dichas categorías provienen tanto del desdoblamiento de la noción del ser de la filosofía como de lo que tienen en común todas las cosas y fenómenos de los que trata la ciencia. Éstas permiten justamente hacer comprensible para la filosofía, en forma más completa y objetiva, la realidad del universo que la ciencia ha ido desvelando.

La complementariedad de la estructura y la fuerza explica la naturaleza de las cosas y, en último término, el ser; también explica la naturaleza del cerebro como órgano del pensamiento abstracto y racional, del aprendizaje y el conocimiento, de las emociones y los sentimientos, del instinto y la voluntad, esto es, la naturaleza del conocimiento, la afectividad y la efectividad. En resumen, la complementariedad es necesaria para explicar el objeto del conocimiento, el sujeto que conoce, siente y actúa, y la materia del conocimiento mismo, que afecta al sujeto y que el sujeto puede modificar. En la complementariedad no existe la dualidad espíritu-materia que ha sembrado tanto conflicto y confusión toda la historia de la filosofía y, en particular, de la epistemología. Todo el sistema del conocimiento pertenece a la única naturaleza de que está compuesto la totalidad del universo y que la complementariedad explica.

En nuestra exploración ingresaremos necesariamente dentro de un vasto y esquivo territorio que, en tanto ha estado tradicionalmente tan asociado al dominio espiritual, la ciencia lo encuentra inasible, y en tanto allí se efectúan todo tipo de experimentos, la filosofía tradicional no muestra mayor interés. En consecuencia, si queremos permanecer fieles al propósito de explicar la realidad del universo sin recurrir a principios de naturaleza espiritual ni quedarnos en meras conclusiones científicas inconexas y no comprometidas, no podremos soslayar este territorio que pertenece propiamente al dominio del pensamiento racional y abstracto, considerados tradicionalmente paradigmas de lo inmaterial.

Procuraré mostrar que ni el pensamiento conceptual ni la razón son espirituales, puesto que no es necesario asumir una razón de naturaleza espiritual para contener imágenes, ideas, conceptos, raciocinios, etc. Este punto tiene importancia, pues constituye el meollo de la divergencia actual entre los discursos de la ciencia y la filosofía tradicional. Incluso la distinción dualista no sólo no resuelve el problema, sino que lo agrava. Así, ese dualismo, al que adscriben algunos eminentes neurofisiólogos contemporáneos, a quienes podríamos denominar neocartesianos, para distinguir entre un cerebro material y una mente espiritual, no logra explicar la conexión entre ambas supuestas naturalezas tan radicalmente distintas. Parten de la suposición que el pensamiento junto con otras altas actividades que creen que son manifestaciones de una supuesta alma, deben ser algo espiritual.

Si la distinción entre mente y cerebro es resuelta por la dualidad espíritu-materia, se llega en una grave incoherencia que la neurología y la psicología no pueden aceptar sin caer en contradicciones insuperables. Esta distinción proviene exclusivamente de considerar con justicia al cerebro como una estructura fisiológica y a la mente como el conjunto de las funciones psicológicas de dicha estructura. Ya en 1874, el biólogo británico T. H. Huxley (1825-1895) escribía muy acertadamente, “las raíces de la psicología se encuentran en la fisiología del sistema nervioso, y lo que llamamos operaciones de la mente son funciones del cerebro.”

Pero la distinción se hace incoherente si los productos psíquicos de estas funciones psicológicas se identifican con lo inmaterial, es decir, lo no extenso, pues, por decir lo menos, resulta imposible establecer el punto de transición o la frontera entre lo material y lo espiritual, para no decir algo, si acaso se pudiera, sobre el tipo de causalidad entre ambas realidades tan radicalmente distintas. Así, pues, el producto psíquico es tan material como la electricidad. De hecho, es tanto eléctrico como químico. Algo similar ocurre con los bits de información que procesa una computadora, y que son análogos a los bits que procesa el cerebro, pues son de materia electromagnética.

Sin duda, la afirmación de que el pensamiento y la razón no son espirituales reviste una gran importancia, por cuanto nos impone una postura determinada frente al universo y sus cosas, entre las que forzosamente los seres humanos nos contaríamos. Nos obliga a explicar la esencia de los seres humanos como pertenecientes en su totalidad al universo de la materia y la energía y del espacio-tiempo, el mismo que alberga todas las cosas. Pero también explica que los humanos somos unos seres bastante especiales en este universo, pues podemos pensar acerca del universo y de nosotros mismos, comunicar lo pensado a otros seres humanos y hasta reconocer la exis­tencia de un ser que ha creado nuestro universo.

Con el propósito de responder a las preguntas qué, cómo y por qué conocemos que se formulan desde la teoría del conocimiento de la ciencia y de la epistemología de la filosofía (aunque ambos términos han sido utilizados indistintamente, puesto que son equivalentes: en griego, “episteme” significa conocimiento, y “logos”, teoría), debemos introducirnos e incursionar directamente en el mismo territorio del cerebro, de la mente, de la conciencia y del pensamiento.

Un sendero practicable para ingresar dentro de la maraña de datos, observaciones, investigaciones, experimentaciones, hipótesis, teorías y doctrinas del cómo y del por qué del cómo científico sobre esta importante materia es el análisis de la génesis del órgano del pensamiento, el cerebro humano, para luego estudiar su composición y funcionamiento. Ello nos permitirá desentrañar sus funciones psicológicas. De las más importantes, subrayaré las funciones cognoscitivas, cuyos productos psíquicos se resuelven finalmente en las relaciones ontológicas, causales y lógicas que generan nuestro conocimiento abstracto.

El punto decisivo que es conveniente resumir es que, oponiéndose a la realidad de multiplicidad de cosas individuales y mutables que existe concretamente fuera de la subjetividad de nuestra mente, se encuentra nuestro muy amplio mundo conceptual surgido del conocimiento a partir de nuestra experiencia, la que resulta de nuestra confrontación con justamente dicha realidad. Este mundo conceptual personal se ha ido estructurando en relaciones ontológicas cada vez más abstractas y universales. Que este mundo conceptual pueda referirse al mundo real que todos compartimos de debe a la veracidad de nuestro contenidos de conciencia, es decir, a nuestro propio esfuerzo crítico que busca la correspondencia entre estos contenidos subjetivos y los objetos reales. Que estos contenidos, por naturaleza abstractos, se refieran a objetos concretos se debe a un ordenamiento que ocurre entre los objetos reales y que nuestro intelecto puede conocer.

Señalamos que nuestro intelecto puede conocer o efectuar tres tipos distintos de relaciones: ontológicas, lógicas y causales. Estas relaciones son estructuras de una escala mayor que las representaciones más concretas e individuales y posibilitan representaciones más universales y abstractas. Entonces, nuestro pensamiento racional y abstracto es posible porque la realidad está compuesta por cosas que pueden ser relacionadas lógica y fenomenológicamente. También las mismas cosas de la realidad se relacionan causalmente de modo determinista, según leyes universales que nosotros podemos descubrir. Todo esto permite que nosotros, seres humanos, podamos tener una comprensión de esta realidad infinitamente más allá de lo que en principio percibimos o que perciben e imaginan los animales con sus propias capacidades cognitivas.



CAPÍTULO 1 – EVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA
 


El cerebro es un órgano biológico y todo animal cerebrado lo posee. Como tal, ha adquirido su estructura funcional a través de la evolución biológica que va seleccionando las características que permiten la supervivencia y la reproducción. En consecuencia, dicho órgano ha evolucionado precisamente para permitir a los individuos de la especie relacionarse mejor con su ambiente y adquirir, por lo tanto, mejores posibilidades para sobrevivir y reproducirse. Además, este órgano se va desarrollando en cada individuo según pautas genéticas, en especial en su periodo de gestación y crecimiento. En los seres humanos el cerebro se distingue por su mayor volumen relativo respecto a los otros animales, lo que le ha posibilitado el pensamiento racional y abstracto, que es justamente la característica esencial que lo hace humano.


Cerebro y evolución


El pensamiento abstracto, conceptual y lógico junto con otras funciones de orden psicológico o mental, como la generación de sentimientos y la deliberación intencional de la voluntad, son actividades que se realizan exclusivamente en el cerebro humano. Este órgano, producto de una muy larga evolución biológica, fue moldeado por los avatares propios del mecanismo de dicha evolución, donde el azar, el indeterminismo y lo aleatorio son la norma de la selección natural que logra la prolongación de la especie. En el curso de alrededor de tres mil millones de años, su estructura y funcionamiento actual surgieron muy lenta al comienzo, y aleatoriamente siempre, determinados por la mecánica de la evolución. Posteriormente, en los últimos dos o dos y medio millones de años, en nuestra propia especie, el tamaño del cerebro fue sufriendo un rápido aumento según el ritmo de la evolución biológica.

El gran tamaño y su consiguiente capacidad que adquirió el cerebro humano fueron resultado probablemente de cambios adaptativos operados en otros lugares del cuerpo de nuestros remotos antepasados primates menos sapiens. Algunos paleoantropólogos suponen que la causa está más relacionada con la liberación del cráneo de su aprisionamiento muscular requerido para mantener la cabeza en postura horizontal y dar fuertes dentelladas. Evidencia reciente ha sido hallada en un gen que mutó en nuestra especie hace dos millones de años y que en otras especies es el responsable por la musculatura de poderosas mandíbulas. Este cambio en nuestros antepasados homo fue muy probablemente un resultado no esperado de haber cambiado previamente la dieta por algo más blando y nutritivo. Por su parte, la liberación del cráneo fue posible cuando nuestros remotos antepasados homínidos adquirieron la postura erguida a consecuencia del bipedalismo.

Ambas características nuevas debieron tener ventajas adaptativas para un nuevo medio determinado. Se discute si semiselvático o deforestado; prefiero acuático. También se discute si nuestros antepasados actuaban como depredadores o carroñeros. En cualquier caso, a consecuencia de la marcha bípeda y de la nueva dieta se dieron las condiciones para un desarrollo del cerebro bastante mayor que el demandado aparentemente por la selección natural a partir de la solución biológica de las neuronas asociativas.

Por su parte, el desarrollo del cerebro indujo probablemente la evolución de otros sistemas que a su vez lo reforzaron, como la capacidad de visión estereoscópica y la de oponer el pulgar contra los otros dedos de la mano. La evolución biológica está llena de ejemplos de este tipo de desarrollos estructurales, como escamas transformadas súbitamente en plumas en protoaves que aún no volaban, u hojas en pétalos multicolores que resultaron ser atractivas para insectos polinizadores que prontamente se adaptaron a ver colores llamativos, porque en un instante evolutivo dado se entreabre la puerta para lo posible, e irrumpe la exuberancia. Todo cambio, aunque sea pequeño, permite la completa explotación de esta nueva oportunidad.

Cerebro y adaptación

El cerebro humano emergió en el curso de su evolución con una enorme capacidad intelectiva. Esta excesiva actividad intelectual nos induce a ser muy curiosos, pero para que no nos produzca tanto aburrimiento, nos obliga a buscar incesantemente nuevas formas de intercambio con el ambiente. Pero tanta funcionalidad no es explicable únicamente por las necesidades inmediatas de supervivencia del género homo, ni necesariamente de la de nosotros, considerando la escasa proporción de la capacidad cerebral total que ocupamos en nuestras diarias actividades y a lo largo de la vida. Sin embargo, este desarrollo del cerebro privilegió el comportamiento intencional por sobre el comportamiento instintivo, lo que significó reforzar aún más la sociabilidad tan característica de los primates, y sobre todo de primates cazadores de grupo, al tener la acción que depender más de la cultura que de las condiciones hereditarias y fijas propias del instinto.

Sin ser probablemente demandada por la necesidad de una mejor adaptación a un nuevo medio, lo que sin duda es claro es que la evolución de la estructura cerebral resultó en una ventaja adaptativa extraordinaria al posibilitar a los individuos de la especie homo a responder mucho mejor a las exigencias del medio y mejorar de este modo sus posibilidades para sobrevivir y reproducirse. No es tan fácil que la pura evolución biológica hubiera posibilitado el desarrollo de cerebros con mayor diversidad de funciones que llevaren a nuevos hitos la centralización y el procesamiento de la información acerca del medio. Estas ventajas evolutivas que tienen por objeto regular y coordinar mejor las acciones del organismo respecto al ambiente surgieron aleatoriamente sin buscar dicho propósito. Estas características que habrían permitido a cualquier especie prolongarse mejor en el tiempo y el espacio se dieron sin ser demandadas en la especie homo. Si realmente hubieran sido una ventaja adaptativa importante, ya otras especies hubieran sido favoreci­das con cerebros más grandes y funcionales. Al parecer, el mecanismo de la evolución favorece los caracteres que van apareciendo lentamente y que resultan en una mejor aptitud, pues tal mejora es suficiente para asegurar la prolongación de la especie. En el caso de la especie homo, el desarrollo inusitado del cerebro produjo accidentalmen­te una aptitud indudablemente fuera de lo común.

Naturalmente, el filum homo privilegió este nuevo desarrollo de las posibilidades cerebrales que producía tantas ventajas adaptativas, impulsando el desarrollo por la misma línea de potencialidades, pero según lo permitido por la estructura fisiológica cerebral. Si una protoave desarrolla plumas para protegerse mejor del frío, ¿por qué en vez de seguir corriendo no volar con ellas? , y si se vuela, ¿por qué no hacerlo más rápido, más alto, más ágilmente? Por lo tanto, un desarrollo paralelo no explica del todo la exuberancia propia del cerebro, considerando que es un órgano tan sutilmente funcional.

El éxito evolutivo se basa finalmente en una mayor capacidad para sobrevivir y reproducirse. El cerebro es el único órgano biológico que permite una considerable adaptación plástica al ambiente para obtener recursos y cobijo: mientras mayor es la inteligencia, más se amplía la gama de medios que permiten una mejor supervivencia. La relación entre inteligencia y capacidad de supervivencia es exponencial. En los seres humanos, entre sus actividades inteligentes, debe considerarse además el acceso al conocimiento por medio del lenguaje, que es lo que constituye la cultura, y la acumulación del conocimiento en la memoria colectiva y, en los últimos milenios, en la escritura.

En cuanto a la relación entre inteligencia y reproducción, podemos advertir al menos dos situaciones muy ventajosas para una mejor posibilidad de la prolongación de la especie. En primer lugar, la inteligencia permite la crianza y la formación cultural de la prole en forma mucho más eficiente. En segundo término, la inteligencia posibilita relaciones entre parejas sexuales en formas mucho más ricas y permanentes.

Cerebro y aptitud

El comienzo de la evolución de la inteligencia en los animales fue sin duda muy lento, y el cerebro fue tan sólo un órgano más del cuerpo que permitía al tubo digestivo acceder al alimento en forma selectiva y al organismo defenderse selectivamente de sus depredadores. Posteriormente, en la medida que su capacidad aumentaba, mejoraba el control sobre las condiciones del ambiente. El aparato nervioso debió desarrollarse mejor para recibir la información del medio externo, almacenarla, interpretarla y elaborarla, para finalmente reaccionar frente a éste.

En el filum homo el cerebro fue adquiriendo una capacidad tan notable que es el rasgo específico que lo diferencia de las restantes especies, aunque no tanto como para que el inventor Tomás Edison llegara a aseverar que su cuerpo servía solamente para transportar lo que él suponía era su prodigioso cerebro. El restringido nicho ecológico del género homo se fue ampliando gracias a su ampliada inteligencia y las especies de los homínidos fueron entrando en competencia con otras especies en la obtención de mayor energía, biomasa y espacio. Además, si se amplía la gama de alimentos, se obtienen ventajas sobre competidores de dieta más limitada.

En el curso de la evolución de nuestra especie, fueron desapareciendo otras ramas del filum homo que habían estado muy bien asentadas, como los australopitecos, cuya dieta estaba constituida por duras nueces que demandaban fuertes mandíbulas, y, posteriormente, los neandertales, quienes tuvieron casi similar inteligencia que los competidores cromagnones que debieron enfrentar, pero, fatalmente para aquellos, algo inferior. Posiblemente, la pequeña diferencia fue decisiva y consistió sin duda en una mejor capacidad de razonamiento y abstracción, lo que probablemente permitió una comunicación mucho mejor a través del lenguaje, inventar mejores armas, manejarlas más acertadamente y crear mejores estrategias en un ambiente en que ambas especies debían competir por los mismos recursos, los cuales son siempre limitados. La mayor inteligencia resultó no sólo triunfadora, sino que la competencia favoreció la subsistencia de la especie más inteligente, aquélla con mayor capacidad para acceder mejor al ambiente.

El cerebro en el filum homo evolucionó de modo tal que capacitó a los individuos para fabricar utensilios que extendieron las funciones de sus cuerpos, superando sus deficientes capacidades fisiológicas, y satisficieron ampliamente sus necesidades, asegurando el alimento, el abrigo y el cobijo, y en la que la fabricación comprometía la correlación entre la mano, con el pulgar oponiéndose a los otros dedos, y la visión estereoscópica. Estas modificaciones evolutivas, que perseguían únicamente la subsistencia de las especies homo dentro de un nicho ecológico dado, posibilitaron posteriormente la intervención de la especie homo sapiens, nuestra especie, en virtualmente todos los nichos ecológicos de todos los ecosistemas de nuestra biosfera. En este desarrollo, cuya mecánica es asegurar la prolongación de la especie a través de individuos cada vez más aptos, la evolución del cerebro produjo un órgano –probablemente la concentración de masa más complejamente organizada y funcional del universo– capaz de conocer en forma abstracta, razonar en forma lógica, comandar la acción en forma intencional y albergar sentimientos.

La realidad es cognoscible y pensable por nuestra mente de modo análogo a la forma cómo el ojo humano es sensible precisamente a las longitudes de onda de las radiaciones electromagnéticas de mayor intensidad del Sol. Ambos órganos, como todos los demás, han evolucionado en respuesta a las condiciones específicas del ambiente, según las posibilidades concretas abiertas a la estructuración de la materia y a partir de una determinada materia ya estructurada. Luego, el cerebro humano está genéticamente estructurado, como efecto de exitosas mutaciones ocurridas en el curso de la evolución, para conocer mejor el medio y actuar sobre éste en forma más efectiva. Así, pues, estas mutaciones resultaron ser tan en demasía favorables para la prolongación de nuestra especie que para multitudes de otras inocentes especies nos hemos transformado en una devastadora plaga depredadora.

Cerebro funcional

La evolución sigue un curso aleatorio donde el azar juega un rol importante, y nuestro cerebro pudo haber tenido perfectamente otras funciones y formas muy distintas. Pero no fue así, y el resultado concreto ha sido que la función racional del cerebro consiste en el encauzamiento de la realidad múltiple y mutable dentro de categorías más generales que universales, más significativas que objetivas, más psicológicas que lógicas, más emotivas que sensatas, más relativas que absolutas, más prácticas que teóricas de lo que tradicionalmente el racionalismo está dispuesto a conceder.

Conviene tener presente también que la razón humana no es una propiedad dada al ser humano desde la eternidad, sino que es una función cuyo objetivo es una aptitud lograda casualmente, al azar, (desde nuestro limitado punto de vista humano) en el proceso evolutivo, el que ha permitido a los individuos homo sapiens sobrevivir muy ventajosamente, más que contemplar el universo, por mucho que alguien pueda pensar que un conocimiento teórico de la realidad es muchas veces más apropiado para la supervivencia, lo cual cualquier teórico pondría inmediatamente en duda, comparando sus propios ingresos económicos relativos.

Otro aspecto que habrá que recalcar es que las estructuras cognitivas más complejas provienen, por evolución, de estructuras más simples. Los organismos que poseyeron estas estructuras más simples llevaron sin duda una existencia exitosa. Prueba de ello es que dejaron numerosa descendencia, además que muchos de estos organismos son nuestros contemporáneos y sobreviven en enormes números y en muy variados hábitats. Por lo tanto, dichas estructuras menos complejas fueron plenamente funcionales para sobrevivir y reproducirse. Las funciones básicas de las estructuras más complejas que han evolucionado de ellas son las mismas que demanda la prolongación de toda especie, o sea, sobrevivir y reproducirse. La única diferencia es que pueden ser ejercidas en forma más ventajosa y en ambientes más agresivos gracias a la mayor funcionalidad cognitiva asociada a una mayor complejidad estructural.

Las capacidades intelectuales de los seres humanos provienen directamente de las estructuras cerebrales más simples de sus primitivos antepasados. Se distinguen sin embargo en que en el cerebro humano las estructuras son mayores, más diferenciadas y conforman relaciones más complejas y específicas. Aun cuando los diversos tipos de funciones que encontramos en organismos superiores se manifiestan en organismos más simples, la superposición del conjunto de estas facultades en un organismo superior produce funciones nuevas, más ricas y más complejas. El todo es mayor que la suma de sus partes respecto a las funciones que pueden desempeñar, ya que a la suma de funciones que proveen sus partes se agregan las funciones que surgen por la combinación de éstas. Se produce un salto cualitativo cuando se pasa de una escala a otra de mayor jerarquía. Lo anterior explica la forma cómo, a través de la sola evolución, surgen seres más complejos que sus antepasados. El factor fundamental que explica este perfeccionamiento de funciones es la fuerza y las infinitas posibilidades de las partes finitas más elementales que posibilitan a la materia organizarse en estructuras extraordinariamente complejas, pues, a mayor complejidad se tiene normalmente mayor funcionalidad.

La capacidad y, por tanto, la complejidad del sistema nervioso son proporcionales a la eficiencia en la utilización de la energía requerida por los procesos cerebrales. En general, toda estructura es más o menos funcional porque emplea la energía en una forma proporcionalmente eficiente. Pero una estructura tendrá mayores ventajas de existir y subsistir mientras sea más funcional y pueda emplear mejor la energía. La estructura cerebral del homo sapiens resultó ser más eficiente que la de su competidor, el homo de neandertal, quien fue borrado del mapa por aquél, hace unos 45.000 años atrás o menos (existen vestigios en España de la existencia del hombre de Neandertal hace tan solo 30.000 años). El límite de la evolución biológica en general, y de la evolución del cerebro en particular, reside en la capacidad de las estructuras para desarrollar funciones que permiten utilizar eficientemente la energía.


Cerebro y ambiente


El cerebro es un órgano de control, regulación y coordinación de todo organismo biológico cerebrado que pertenece a una especie que ha evolucionado en el curso del tiempo en demanda de su imperativo por prolongarse en la descendencia de los individuos que la componen. La evolución de este órgano no podría ser explicado por sí misma, sino que se enmarca en una realidad que está compuesta 1º por la estructura viviente que ha recibido por herencia las dos características fundamentales que interesan a toda especie: el ansia por la supervivencia y la reproducción, y 2º por su entorno que es tanto providente como amenazante. Fundamentalmente, esta realidad consiste en el sistema ecológico, cuyos componentes son el organismo viviente y el medio ambiente, donde éste existe. Un organismo necesita un ambiente que le provea espacio para existir y energía para auto-estructurarse; pero un organismo es también, dentro del mismo sistema ecológico, una fuente potencial de energía para otros organismos.

El ambiente es ambivalente: no sólo es providente, también es potencialmente destructor; no sólo es fuente de alimento, también el organismo es un potencial alimento de otros organismos que conviven en el mismo ambiente; no sólo es abrigo y cobijo, también es día, noche, sequía, inundaciones, incendios, terremotos, aluviones, calor, helada, espacio y también protección de depredadores. Frente a la ambivalencia del ambiente de ser tanto providente como destructor, el organismo requiere las aptitudes de un sistema de información del ambiente y un sistema de respuesta a sus variadas exigencias para sobrevivir, buscando alimentos, defendiéndose de la agresión o huyendo del peligro.

La evolución ha creado diversos mecanismos para que esta estrategia vital pueda desarrollarse. Las bacterias están provistas de una membrana protectora que admite nutrientes y rechaza otros elementos que pueden destruirla. Incluso han desarrollado medios locomotores propios y algunas hasta guías químicos o fotosensibles. Los vegetales, que no necesitan moverse, pues sol hay en todas partes por igual, han desarrollado diversas estrategias, siendo algunas de éstas un enorme potencial reproductor, una excelente capacidad para regenerarse, o una gran resistencia y dureza, como en el caso del tronco leñoso de los árboles. En los animales, que son seres que por la necesidad de buscar su alimento tienen completa autonomía de movimiento, se desarrolló el sistema nervioso. A través de éste se pueden enviar instantáneamente señales respecto al ambiente. El cerebro, que es un decisivo desarrollo ulterior del sistema nervioso, procesa la información y expide nuevas señales a los centros viscerales y motores para permitir una reacción apropiada a las exigencias del ambiente.

En una primera etapa de la evolución del sistema nervioso, se desarrolló un sistema nervioso autónomo para apoyar los sistemas inmune y endocrino. Con las primeras manifestaciones de cerebración, en lo que es el sistema límbico y el tallo cerebral, se desarrollaron centros de control autónomo y proyecciones neuronales que se conectan con estos centros. La red de entrada del sistema nervioso autónomo le envía señales relativas al estado de diversos órganos, y la red de salida reexpide órdenes motoras a las vísceras: corazón, pulmones, intestinos, vejiga, órganos reproductores, piel, etc., modificándolas según determinadas circunstancias ambientales.

En los organismos plenamente cerebrados el sistema nervioso autónomo existe en dos grandes redes: la simpática y la parasimpática, y emanan del tallo cerebral a través de la médula espinal. Las nervaduras se dirigen solitarias a los órganos que inervan o acompañando a ramas nerviosas que pertenecen al sistema nervioso propiamente tal. La función de la rama simpática es preparar al organismo para ataques o retiradas instantáneas, en tanto que la del parasimpático es reponer la energía agotada por la demanda del simpático.

La necesidad de contar con mejor información del ambiente para elaborar una respuesta mejor del organismo determinó un desarrollo mayor del cerebro, mejorando las funciones de control, regulación y coordinación al centrar en sí la recepción de información más variada y fiable y la generación de respuestas más diversas y precisas. Un mejor conocimiento del medio tiende a eliminar la incertidumbre y permite actuar adecuadamente. En una primera etapa se desarrolló una primitiva capacidad de conciencia de un entorno y de elementos significativos del medio externo. Posteriormente, el cerebro fue capaz de discriminar y tener conciencia de lo otro en cuanto otro. Por último, en los seres humanos, el desarrollo cerebral permitió la conciencia de sí, cualidad que lo ha catapultado a posibilidades de acción nunca antes presenciadas en la historia de la evolución biológica. Así, pues, la evolución del cerebro ha posibilitado a los organismos vivientes aumentar las escalas de funcionamiento frente al ambiente.


Cerebro y desarrollo


Cerebro y filogénesis

A fines del siglo XIX, el naturalista alemán Ernst Heinreich Haeckel (1834-1919), tras estudiar embriones de especies diferentes, observó que existían semejanzas entre los embriones pertenecientes a un mismo grupo genético en las distintas etapas de su desarrollo. De esta observación, enunció la ley “la ontogenia reproduce la filogenia.” Esta ley se refiere a que un organismo, en su propio desarrollo, resume la historia evolutiva del filum al que pertenece. De este modo, las etapas del desarrollo embrionario de un ser humano individual reproduce, en el mismo orden, el desarrollo evolutivo de sus antepasados desde la misma unidad celular, pasando por organismo pluricelular, pez, anfibio, reptil, mamífero. La filogénesis, que dio como resultado el cerebro humano, puede analizarse tanto a través del estudio de los seres vivos representativos de las diversas etapas de la evolución del filum como mediante los fósiles de los antepasados del homo sapiens. La filogenética, además de constituir una prueba más de la teoría de la evolución, indica las relaciones y separaciones de las diversas especies de los reinos de la biología.

Resumiremos a continuación el estudio biológico de la filogénesis del cerebro humano con el objeto de mostrar que las capacidades cerebrales de los seres humanos no provienen de la eternidad ni están vinculadas a entidades espirituales, sino que, por el contrario, son el producto de una larga evolución biológica, en la que no sólo se fueron estructurando nuevas unidades discretas con diversas funciones, sino que también éstas se fueron estructurando en escalas superiores que hicieron posible el razonamiento y el pensamiento abstracto. En consecuencia, en cuanto a que su estructuración significó saltar a escalas superiores con relación a las funciones intelectivas, nuestro órgano de control, regulación y coordinación, que nos ensoberbece hasta hacernos creer dioses, tuvo un origen tan humilde como el de cualquier otro órgano fisiológico que ha surgido.

Partiendo de la misma unidad celular, aparecen ya estructuras preneurales de comunicación a un nivel bioquímico general que cumplen funciones de recepción-emisión como modo de adaptación al ambiente. Luego, a nivel de organismo pluricelular, se desarrolla progresivamente la función coordinadora para regular y modular el medio interno y enfrentarse con mayor seguridad al medio externo basado en un sistema nervioso rudimentario, en combinación con la aparición de fibras musculares, y un mayor perfeccionamiento químico. Posteriormente aparecen centros celulares nerviosos que asumen la dirección del comportamiento, recogiendo las transmisiones que portan las fibras nerviosas.

El sistema nervioso se jerarquiza con la aparición de la cefalización, la cual proviene de una mayor complejidad de los ganglios situados en la parte anterior del individuo. En esta etapa aparece también una distribución ganglionar y fibrilar, y una simetría somática que corresponde con la neuronal. La neurona es una célula que comienza a adquirir funciones transmisoras especiales y a interconectarse con otras.

La vida vegetativa se desarrolla, y las exigencias del medio externo inducen una mayor concentración del sistema nervioso. Todo esto genera mayores conexiones que aparecen en planos no solo longitudinales, sino transversales, estableciéndose la topografía neural a un nivel dorsal.

Gradualmente, la estructura cortical va asumiendo mayores funciones organizadoras. Los lóbulos cerebrales se hacen cargo de los estímulos visuales, olfatorios y táctiles, y la organización informática se hace más compleja mediante el desarrollo de diferentes nervios que se dirigen a la región cefálica. En las etapas posteriores del desarrollo se presenta una creciente complejidad, hasta alcanzar la estructura propia de un sistema nervioso, en el que predominan los centros impulsivos, que son rígidos y predeterminados y en los que están aún ausentes las estructuras corticales. El desarrollo de estas últimas aumenta en el filum de los primates, para encontrar su culminación en el homo sapiens.

Cerebro y ontogénesis

Si los estudios biológicos son fundamentales para comprender la filogénesis del cerebro, los estudios sobre psicología genética y evolutiva arrojan mucha luz sobre la ontogénesis del órgano del pensamiento. En este campo los estudios realizados por el psicólogo del desarrollo suizo Jean Piaget (1896-1980) son muy reveladores y nos servirán como punto de partida y base para nuestro propio análisis. En síntesis, ellos concluyen que en el recién nacido las funciones del sistema nervioso central consisten solamente en el ejercicio de aparatos reflejos y coordinaciones sensoriales y motrices que corresponden a tendencias completamente instintivas.

Por la interacción del bebé con el medio externo aparecen las primeras percepciones organizadas y los reflejos se van afinando con el ejercicio. Pero con la aparición del lenguaje, al año de vida o poco más, se produce un cambio espectacular. Éste surge como consecuencia del mayor desarrollo ontogénico de la estructura cerebral que va ocurriendo durante esa edad, y de las experiencias obtenidas por la interacción con el medio externo al hacerse inteligibles los contenidos hablados.

En la temprana niñez, los signos verbales de imágenes representativas corresponden solamente al pensamiento “instintivo”, es decir, a representaciones muy concretas: la mamá, la mamadera, la sonaja. Esta capacidad los seres humanos la comparten con los animales superiores. Antes de transformarse en un pensamiento lógico y articulado, el mundo de la imaginación tiene que transformarse en un mundo de ideas. Las imágenes concretas y particulares que se obtienen por la percepción deben estructurarse en ideas abstractas, esto es, deben ontologizarse. Esta capacidad es privativa de los seres humanos.

La diversidad de imágenes debe sintetizarse en conceptos o ideas más unificadoras y universales. La relación ontológica es la unión sintética de imágenes que son representaciones concretas y particulares de la realidad. La imágenes, en tanto unidades discretas, conforman una estructura unificadora y abstracta de escala mayor, que es la idea o concepto. Esta capacidad para relacionar ontológicamente las representaciones más particulares y concretas en conceptos más universales y abstractos se va logrando en la misma medida que se va adquiriendo el lenguaje. El pensamiento no sólo necesita la mediación del lenguaje, también el lenguaje comunica gran parte de los contenidos de pensamiento. La palabra es el signo lingüístico de la idea, y la idea engloba la multiplicidad de imágenes particulares.

Alrededor de los siete años de vida, cuando se ha operado la transformación del mundo de la imaginación al mundo de las ideas, el niño comienza a pensar en forma perfectamente lógica. La estructuración de las relaciones ontológicas y causales se convierte en juicios que adquieren lugares lógicos, como proposiciones, dentro de una estructura racional de la que se derivan conclusiones proposicionales perfectamente válidas. No obstante, estas relaciones ontológicas, aunque de por sí abstractas, siguen perteneciendo todavía a un nivel bastante concreto, sin alcanzar aún la abstracción que se logra posteriormente.

A esta edad, lo pensado siempre es referido a algo concreto. La idea siempre descansa en las imágenes que la estructuran. Sin embargo, un niño de esa edad tiene un pensamiento reflexivo y es consciente de sus propios actos, y es, por lo tanto, responsable por los mismos. Él adquiere la conciencia de sí, mediante la cual lo pensado es discutido consigo mismo antes de actuar, haciendo un distingo radical entre el sujeto y el objeto de la acción. Un niño de siete años ya comienza a actuar en forma intencionada, sabiendo perfectamente los efectos morales, éticos y prácticos que pueda acarrear su acción.

Posteriormente, con el desarrollo del individuo en la adolescencia, probablemente como efecto de estímulos hormonales que tienen la virtud de estructurar aún más el cerebro hasta su plenitud, adviene el pensamiento formal y abstracto. Este ya no consiste meramente en estructurar relaciones ontológicas como representaciones de objetos concretos y particulares, ni de unir conceptos para formar juicios, ni en aplicar relaciones lógicas a cualquier sistema de proposiciones más o menos concretas, ni tampoco en ejecutar con el pensamiento acciones posibles sobre los objetos representados concretamente, como ocurre en el pensamiento concreto y la imaginación.

El pensamiento abstracto consiste en estructurar unidades representacionales completamente abstractas e independientes de los objetos particulares como producto de las relaciones ontológicas que el individuo ha conseguido estructurar. Estas nuevas relaciones ontológicas están más cerca de la unidad de lo universal y, en tanto representaciones, no tienen referencia directa a alguna imagen, aunque sí a una idea concreta en cuanto su unidad discreta de escala inferior. En consecuencia, las ideas abstractas pueden ser simbolizadas. Estas ideas totalmente abstractas pueden estructurarse como proposiciones simbólicas, y consiguen, por lo tanto, ser estructuradas lógicamente por el pensamiento formal y lógico sin dificultad alguna, como en las matemáticas y la lógica simbólica.

La elaboración del pensamiento abstracto y su sometimiento al juego lógico de la razón es el mecanismo surgido en la naturaleza, tras una larga evolución biológica, que ha permitido al ser humano la conciencia de sí, la concepción significativa de las cosas, la comunicación de esta concepción a otros seres humanos mediante el lenguaje, el dominio creativo e inédito de su medio a través de la acción intencional y solidaria, la afectividad del sentimiento y, en estructuraciones en escalas aún superiores, la revelación de su yo profundo.

Inexorablemente, la estructura cerebral se desarrolla ontogenéticamente en cada ser humano, en ausencia de patologías, según las pautas genéticas pertenecientes a nuestra especie, para funcionar en forma racional y lógica, consciente y reflexiva, abstracta y simbólica. Nos resta por ahora analizar el modo de funcionamiento de nuestro cerebro.



CAPITULO 2 – ESTRUCTURA Y FUNCIONAMIENTO DEL CERE­BRO



El cerebro es una estructura fisiológica no homogénea compuesta por células, vasos sanguíneos y neurotransmisores. Desde el punto de sus funciones psíquicas, sus unidades discretas fundamentales son las neuronas. Éstas están interconectadas densamente y convergen en zonas particulares de estructuración, conformando un sistema extraordinariamente complejo y diferenciado e integrando algunas escalas incluyentes. En el cerebro, se registra la memoria a partir de las experiencias y se verifica la afectividad y la efectividad. Allí también se representa la realidad mediante percepciones, imágenes e ideas a partir de la información proveniente de sus terminales sensitivos. Por último, en el cerebro surge y se controla la acción instintiva e intencional del animal y el humano.


El cerebro


Cerebro y analogías

El conocimiento de la estructura y la fuerza del cerebro y, por lo tanto, de su funcionamiento es una empresa que está siendo recientemente emprendida por la ciencia con renovado vigor. A medida que se profundiza en esta investigación, se percibe una extraordinaria complejidad, a la vez que se va explicando lenta y vacilantemente el maravilloso funcionamiento de este órgano capital, centro de la actividad cognitiva, afectiva y efectiva del individuo.

En el curso de la historia, no fue fácil concluir que tanto las emociones y los sentimientos, la imaginación, el pensamiento y el raciocinio como la volición y la decisión son funciones del cerebro, aquel montón de jalea grisácea sin ordenamiento ni organización aparente. Aristóteles (384 a. C. – 322 a. C.) no pudo más que identificar el corazón con el órgano del pensamiento, músculo que palpita vida, relegando el cerebro a un desmerecido papel de radiador para enfriar la sangre. Solamente con Hipócrates (460 a. C. – 370 a. de C.), hace 2400 años, se ha localizado el lugar del intelecto, la afectividad y la intencionalidad dentro del cráneo. Posteriormente, los excelentes estudios y experimentos del sistema nervioso realizados por Galeno (130-200), en el siglo II d. C., tuvieron vigencia en los 1400 años siguientes, hasta un nuevo impulso dado por Andrés Vesalio (1514-1564), en el siglo XVI. El conocimiento del cerebro y el sistema nervioso ha adquirido actualmente un creciente desarrollo debido al trabajo de legiones de neurólogos, psicólogos y fisiólogos.

En general, la característica de la facultad cognitiva se ha relacionado con las ideas en boga o con las tecnologías prevalecientes. Hasta la Edad Moderna se creyó que esta facultad es espiritual. Esta creencia fue reforzada durante la Edad Media por la filosofía neoplatónica que, más interesada en la religión que en la filosofía misma y con una fuerte dosis de maniqueísmo, suponía que el alma es cosa de Dios, y el cuerpo, cosa del Demonio, y que sólo el alma puede conocer la verdad divina. Ya en la Edad Moderna, Renato Descartes (1596-1650), aunque mecanicista en relación con el funcionamiento del cuerpo, fue un dualista aún más drástico. Separó del funcionamiento del cuerpo las sensaciones, percepciones, sentimientos, emociones, voluntad y pensamientos, asignando todas estas funciones o propiedades a una mente espiritual. Para su época de poleas, palancas y engranajes, era inconcebible que tales funciones psíquicas pudieran ser semejantes a los mecanismos conocidos y que explicaban, por otra parte, el funcionamiento del esqueleto y los músculos. Pero al efectuar tal distinción, Descartes había puesto en sendas esferas separadas y hasta estancas al sujeto del pensamiento y el objeto del conocimiento.

La distinción cartesiana entre res cogitans y res extensa aún sigue penando en la ciencia cuando se habla de pensamiento abstracto y razón lógica y se hace la distinción entre mente espiritual y cerebro físico. A esta tradición pertenecen aún no pocos psicólogos y psiquiatras. Por el contrario, en lo referente a la mente en general y el pensamiento abstracto y lógico en particular la res cogitans es parte de la res extensa, es decir, que tal distinción es errónea y que no existe en la realidad. Tal como en la Edad Moderna, que por influencia del mecanicismo el cerebro fue imaginado por algunos como un conjunto de mecanismos hidráulicos, ruedas, poleas y engranajes, a modo de un sofisticado reloj mecánico, a fines del siglo XIX lo fue relacionado con cables eléctricos, a modo de una central telefónica. En la actualidad, se tiende a comparar este órgano con una computadora muy compleja, que además de electrónica es química.

El cerebro es efectivamente una maquinaria neurológica extraordinariamente compleja y posee una estructura y un modo de funcionar tan propio como sofisticado que las analogías con aparatos y mecanismos físicos hechos por el hombre son verdaderamente absurdas. Poco se puede avanzar en este afán descriptivo relacionando el cerebro con el hardware de una moderna computadora. Peor aún, algunos suponen que el genoma humano, que es la suma total de los genes de los cromosomas, puede especificar no sólo la estructura completa del cerebro, sino también hasta imágenes y pensamientos abstractos. Seguramente no han calculado que la cantidad de sinapsis es tres veces superior a la cantidad de genes. La dotación genética hereditaria construye sin duda las características estructurales del cerebro, pero no se le puede atribuir a ella los productos de sus funciones, como pensamientos, sentimientos e intenciones.

Verdaderamente, el cerebro es una máquina fisiológica que confecciona notables productos intelectuales, afectivos y efectivos. No solamente es un aparato que reacciona pasivamente ante estímulos externos, sino que tiene un carácter eminentemente activo. No solamente está determinado por la experiencia pasada, sino que también por los planes, programas y proyectos que formula. No solamente es capaz de crear modelos de futuro, sino que también de subordinar su conducta a éstos. El cerebro tiene estas capacidades porque en él se efectúan tanto las funciones coordinadoras y reguladoras como las cognitivas, afectivas y efectivas de un individuo. Así, pues, este órgano es la central receptora de las sensaciones, enorme flujo de información que proviene desde los cinco sentidos, es el lugar formador de percepciones, es el taller creador de imágenes, es la unidad sintetizadora de ideas, es el centro lógico de raciocinios, es el almacén de memorias que se guardan por décadas y que se recuerdan cuando es necesario, es el cuartel arbitrador de deseos, es el eje de otros muy variados procesos psicológicos, como el pensamiento instintivo, lógico y abstracto, el lenguaje y la comunicación, es el albergue de emociones y sentimientos, es el origen de las acciones intencionales e instintivas, y también es el centro controlador de cientos de músculos que funcionan simultáneamente para llevar a la acción los deseos que formula.

Cerebro y capacidades

El cerebro es un órgano que funciona tan silenciosa y fluidamente que nos da la impresión de que se trata de algo inmaterial. Produce y almacena tal cúmulo infinito de representaciones que lo suponemos espiritual. Importa destacar que todas estas funciones mentales o psicológicas se efectúan en esta estructura exuberantemente organizada e interconectada de un modo unitario, no homogénea. Este órgano fisiológico no sólo posee una excepcional estructuración dentro de una misma escala, sino que su estructuración comprende varias escalas incluyentemente jerarquizadas, que están construidas en forma interdependiente, y todo ello culmina en la conciencia. En comparación con esta masa de jalea, una computadora es una máquina muy simple, cuya estructura propiamente inteligente se encuentra en una sola escala, que es el chip y sus vericuetos de múltiples transistores y condensadores microscópicos, para realizar el solo tipo de función de procesamiento lógico de datos.

En el ascenso evolutivo, desde el punto de vista neurológico, el sistema nervioso central llegó a estructurarse, pasando por sucesivas escalas, en cerebro. En su desarrollo filogenético, éste, además de perfeccionar, magnificar y adicionar la estructuración dentro de una misma escala, se fue estructurando en escalas mayores. El desarrollo y el perfeccionamiento estructural de este blando "hardware" fueron posibilitando una mayor diversidad de funciones, lo cual ha permitido a los individuos cerebrados responder con éxito creciente a las diferentes presiones ambientales. Por otra parte, desde el punto de vista de la estructuración ontogenética, del cerebro se estructura siguiendo la información codificada del programa genético heredado, obedeciendo a normas filogenéticas rígidas. Pero a esta dotación genética se suma evidentemente la influencia de los factores ambientales, de aprendizaje y de comportamiento del individuo, que permiten estructurar diversas conexiones y memorias particulares, pues esta estructuración ontogenética de conexiones se produce por la estimulación reiterada a causa de las experiencias individuales.

El ser humano se distingue fisiológicamente de todo el resto de los animales principalmente por la magnitud y complejidad de su cerebro. El volumen de su cerebro en relación con el tamaño de su cuerpo es una característica propia suya. Además, la superficie que cubre su cerebro y el número de conexiones neuronales que contiene ha ido adquiriendo un aumento que desde el punto de vista fisiológico esté quizá próximo de un límite inviable, pero ciertamente muy lejos del chimpancé, el animal que lo sigue en la escala de estas relaciones. El cerebro humano tiene cuatro veces más neuronas corticales que el de los monos más evolucionados.

Sin embargo, se podría dudar que el cerebro humano sea la estructura más funcionalmente compleja del universo en proporción a su masa. Tal mérito se le podría atribuir posiblemente al cerebro de un pájaro, ya que tal estructura no puede ser por una parte muy pesado y masivo para no afectar su vuelo, pero por la otra, debe desempeñar un sinnúmero de funciones, como ser capaz de controlar con facilidad un vuelo muy rápido y preciso en medio de muchos obstáculos potencialmente fatales, defender su territorio, celebrar complejos ritos de apareamiento, construir complicados nidos, empollar y criar con dedicación a la prole. Esta sumamente exitosa funcionalidad para una masa de un par de gramos y hasta menos puede observarse en ciertos loros a los que se les ha enseñado a asociar imágenes de objetos con palabras habladas, a asociar más de dos imágenes y a dar respuestas habladas a lo que se les pregunta. También los insectos poseen una estructura cerebral muy compleja en relación a su masa. Por ejemplo, un zancudo tiene un sistema nervioso central que tiene un peso equivalente de una fracción de un miligramo y, sin embargo, puede realizar proezas en su afán de picar un ser de sangre caliente y salirse con la suya.

El hombre moderno, surgido hace unos 100.000 mil años, tiene una capacidad craneana similar, si acaso no menor, a la del hombre de Neandertal (1450 cc vs. 1550 cc respectivamente, en promedio), siendo que éste tenía supuestamente una capacidad intelectual mucho menor. Al parecer, la necesidad de organizar el limitado espacio disponible dentro de la caja craneana ha hecho disminuir estructuras cuyas funciones pierden ciertamente su importancia debido a la preponderancia adquirida por la zona cortical, como es el caso con el olfato. También el cerebro humano se ha tornado más complejo a través de estructuras más eficientes en cuanto a mejor irrigación sanguínea, más y mejores conexiones, especialización de funciones, etc. Una mayor complejidad del cerebro es directamente proporcional, primero, a una gran plasticidad, o capacidad para acomodarse a las distintas circunstancias ambientales, y, segundo, a una enorme potencialidad, o capacidad para asumir tareas específicas difícilmente previsibles. En estas dos capacidades el cerebro humano supera lejos al del resto de los animales.

Suponiendo una misma densidad en la interconexión de neuronas en el cerebro de un ser humano y en el cerebro de un chimpancé, dos más parecen ser las características más relevantes que hacen que el primero sea funcionalmente muy superior al segundo, y que incluso si un cerebro de chimpancé creciera tanto como para ocupar un cráneo humano, tres veces mayor, este cerebro seguiría siendo de simio: 1º la cantidad de conectores, que son las neuronas piramidales, que conectan una cantidad muy grande de neuronas como si fueran carreteras de mucho tráfico, y 2º estos conectores que poseen muchas salidas y entradas para numerosas zonas del cerebro, como si fueran barrios de una gran ciudad. Estas dos características posibilitan el pensamiento abstracto y racional tan propiamente humano.

Cerebro y mente

Sin duda, nuestro cerebro es comparativamente grande y complejo, pero no hay que olvidar, por otra parte, que la fabulosa funcionalidad de nuestra capacidad cognitiva, afectiva y efectiva con relación a su aparentemente reducido tamaño ha hecho suponer, hasta recientemente, que dentro del cráneo existe el cerebro y la mente como dos entidades apartes, siendo la segunda inmaterial, y a la que se le atribuyen las funciones intelectuales más propiamente humanas. Esta suposición, heredada de Descartes, ha minimizado, desde luego, aquellas funciones que compartimos con los demás animales, puesto que el funcionamiento de las facultades propiamente intelectivas no podía ser siquiera imaginado que pudiera ser efectuado por una cosa tan carnal como el cerebro, bueno para un delicioso budín, al menos no de aquéllos provenientes de seres humanos. Ahora estamos en condiciones para identificar la mente no con una entidad, sino que con las funciones psíquicas del cerebro.

Para alcanzar a comprender la enorme funcionalidad del cerebro es conveniente compararla con otras maravillas de la naturaleza. Así, por ejemplo, el ADN del genoma, que está contenido en los microscópicos cromosomas de cualquier pequeñísima célula, posee una cantidad de información tan verdaderamente prodigiosa que provee el código para dirigir y controlar la estructuración y desarrollo de seres tan complejos como un pimiento o un caballo. Si comparamos la capacidad de esta minúscula estructura biológica y que combina únicamente cuatro nucleótidos para conformarla, con la relativamente gigantesca masa encefálica con su apiñada interconexión de millones de neuronas estructuradas en escalas múltiples e incluyentes, es posible comprender que la naturaleza de una organización netamente biológica haga posible la extraordinaria y misteriosa funcionalidad del sistema nervioso central.

Las funciones mentales o psicológicas del cerebro generan productos psíquicos. Las funciones son cognitiva, afectiva y efectiva y se resumen en regular, coordinar y controlar la actividad neuromotriz según la demanda sensorial. Los productos más importantes, de al menos el cerebro de todo animal superior, son percibir y sintetizar las sensaciones en percepciones e imágenes representativas del mundo exterior; registrar representaciones de aconteci­mientos significativos y relacionarlas con otras análogas; representar acontecimientos exteriores y simular programas de acción; actualizar los programas de acción que están contenidos en el sistema en función de estímulos.

El pensar abstracto y el razonar lógico son las dos funciones cerebrales netamente humanas y distinguen a los seres humanos del resto de los animales. Estas funciones están radicadas en el neocortex, que es la parte externa del cerebro humano y donde existe un desarrollo muy grande de las neuronas de asociación, las cuales permiten el procesamiento de la información hasta la escala de la abstracción. La estructuración del cerebro para funcionar a esta escala comenzó a desarrollarse con rapidez en los homínidos a partir de hace unos 2,5 millones de años, cuando la capacidad craneana de esta rama de los primates apenas alcanzaba los 600 cc.

Todas las funciones del cerebro no pertenecen evidentemente a la misma escala. Esto que estamos expresando tan simplemente es fuente de las enormes dificultades que tanto científicos como filósofos tienen para comprender las funciones cerebrales. El problema subyacente es doble y recíproco. Por una parte, los científicos se empeñan por localizar la parte del cerebro que pueda desempeñar alguna función específica. Por la otra, al parecer, desconocen que si las estructuras están ordenadas en escalas incluyentes, las funciones están del mismo modo ordenadas. La noción de la funcionalidad mental multiescala incluyente del cerebro debiera aclarar en cierta medida la gran confusión vigente de la psicología y la epistemología y también entre ambas.


El sistema nervioso


Imbuidos en analizar el cerebro, no debemos olvidar que éste es una de las unidades discretas del sistema nervioso. Éste consiste en tres unidades discretas básicas: el cerebro o sistema nervioso central, la red nerviosa aferente o sensorial cognitiva-afectiva y la red nerviosa eferente o motora. Gracias a estas dos redes, el cerebro se relaciona con el medio externo tanto para ser afectado como para afectarlo. Sin éstas, aquél no sólo sería un órgano inoperante, sino que no se podría haber desarrollado, pues no se comprende la existencia de este órgano aislado de su entorno.

El circuito de la red aferente comienza en los órganos sensoriales, estando particularmente el del tacto ubicado en todo el cuerpo. Los nervios, que son largas neuronas interconectadas, se dirigen desde las muy especializadas neuronas receptoras a la médula espinal, y de allí al cerebro a través del tallo cerebral. En el cerebro los conductos nerviosos pasan por la formación reticular, el tálamo, el hipotálamo y las estructuras límbicas, hasta llegar a las capas corticales. La red eferente sigue paralelamente el camino inverso a partir de varias capas motoras y núcleos subcorticales motores. Por su parte, las señales para el sistema nervioso autónomo o visceral surgen de las regiones evolutivamente más antiguas: la amígdala, la corteza cingular, el hipotálamo y el tronco encefálico.

El tálamo funciona como estación receptora-transmisora de las vías aferente y eferente en relación con el córtex. Las redes se aúnan en troncos que llegan y salen del cerebro. La columna vertebral contiene la médula espinal, que es un importante tronco de las ramificaciones nerviosas que conecta al cerebro con el tronco y las extremidades del organismo. Mientras la red aferente conduce al cerebro las sensaciones que los órganos o núcleos de sensación captan del ambiente, llegando hasta las áreas sensitivas del córtex, la red eferente, cuyos troncos salen de las áreas motrices del córtex, pone al sistema nervioso central en contacto con los músculos del cuerpo y con parte del sistema endocrino. Usualmente las fibras de neuronas de ambas redes van protegidas dentro de vainas de mielina.

El sistema muscular-esquelético, o aparato motor, es el único medio que tiene un organismo para relacionarse activamente con el medio externo. De este modo, el cerebro imparte órdenes a los músculos para contraerse según los requerimientos, y éstos actúan en los brazos de palanca de la estructura óseo-cartilaginosa articulada y en los mismos tejidos. Puesto que los músculos ejercen fuerza sólo cuando se contraen, en las articulaciones existen pares de músculos, uno a un lado y el otro al lado opuesto, de modo que un músculo fuerza el movimiento de la articulación en un sentido y su par lo devuelve posteriormente a la posición original. También la red eferente llega a algunas glándulas, las que liberan hormonas según los dictámenes del cerebro.

Mientras la vía aferente permite al cerebro conocer y la vía eferente le permite actuar, el cerebro mismo, sobre la base de la información que recibe del medio externo, dirige, regula y coordina la acción del organismo para obtener el máximo provecho posible de la interacción con dicho medio según las dos funciones orgánicas de supervivencia y reproducción. El organismo, enfrentado al ambiente ambivalente de ser tanto providente como destructor a la vez, responde o en forma agresiva y de búsqueda, o en forma defensiva o de huida. En forma similar, responde o en forma interesado o indiferente ante un individuo del sexo contrario cuando se muestra receptivo o no para un acoplamiento, no sin antes realizar los ritos del cortejo propios de cada especie.

Así, pues, el sistema nervioso posee un circuito de señales nerviosas, las que desde los sentidos, que son estimulados por la causalidad del ambiente, se dirigen al cerebro, el que procesa la información que les remite y que luego ordena mediante nuevas señales nerviosas la reacción del organismo a través de sus componentes motores. Pero este circuito unidireccional no sólo tiene por función enviar al cerebro la información recibida del ambiente y viceversa, sino que también enviar desde el cerebro a los sistemas musculares para que afecten el medio.

Es fundamental destacar que se caracteriza también porque el cerebro está retroalimentado. En efecto, la red aferente reporta también la acción que es ejecutada por las señales que el cerebro envía a través de la red eferente. La información de retroalimentación puede provenir tanto de la cosa misma que es actuada por el aparato motor del organismo vía los órganos sensoriales como de las manifestaciones táctiles de los músculos al ser accionados. Este sistema de retroalimentación permite al cerebro conocer el efecto de su decisión y corregir instantáneamente su accionar.

Las neuronas

La ciencia persigue establecer el mapa estructural del cerebro para sus distintas funciones, pero también busca analizar los mecanismos y procesos cerebrales fundamentales para descifrar cómo éste funciona. Los neurofisiólogos han descubierto que las unidades discretas básicas de toda estructura del sistema nervioso central están constituidas únicamente por dos tipos de células: las glías y las neuronas, en una proporción de 10 a 1. Conexiones neuronales más densas requieren una mayor cantidad de glía, las que dan una coloración oscura, llamada materia gris. Las glías se cree que sirven principalmente de tejido de relleno o de soporte para las segundas, y controlan la composición iónica, los niveles de neurotransmisores y el suministro de citiquinas. Además, las glías tienen una función particular en el sistema autónomo, ya que están conectadas tanto a la acción muscular como a los sentidos de percepción. Se ha observado que las glías llamadas astrocitos reaccionan a la electricidad, por lo que podrían modular el comportamiento de las neuronas.

Por su parte, las neuronas tienen propiamente las funciones de comunicación y almacenaje de información. Ellas son las unidades discretas básicas del sistema nervioso, incluyendo especialmente el cerebro, por lo cual constituyen también las unidades discretas de toda estructura informacional. Su función es transmitir o no señales o datos de información. Las neuronas cerebrales de la memoria poseen una segunda función: almacenar estas señales o datos. En tercer lugar, las neuronas se conectan con otras neuronas de manera determinada, de modo que entre una neurona de entrada de información y una de salida existen neuronas intermedias que modulan, evalúan y procesan la información. Por estas tres funciones de su comportamiento estos conjuntos de neuronas, o túbulos, funcionan de modo semejante a las computadoras, lo que ha llevado a ingenieros cibernéticos a intentar reproducir la inteligencia biológica en forma artificial y a suponer que algún día se podrá fabricar un cerebro humano.

Existen tres tipos de neuronas en el sistema nervioso. En primer lugar están las sensitivas o aferentes que transmiten directamente la información desde los núcleos sensitivos o receptores hasta el tálamo, vía ascendente. En segundo lugar están, en el sistema nervioso central, las neuronas de asociación, aquellas propias del cerebro y que relacionan unidades discretas de diferentes escalas de contenidos de conciencia, o las sintetizan en escalas mayores. Por último están las neuronas motoras o eferentes, las cuales parten de la corteza motora y se dirigen vía descendente a lo largo de la médula espinal para llegar a cada músculo del cuerpo, de modo que casi todas las funciones motoras del organismo son controladas directamente por el sistema nervio­so central. Tanto las neuronas aferentes como las eferentes son células largas que se aúnan en fibras nerviosas en los ramales y troncos del sistema nervioso.

La principal característica de las neuronas es la excitabilidad eléctrica de su membrana plasmática, estando especializadas en la recepción de estímulos y la conducción del impulso nervioso entre ellas o con otro tipo de células, como la unión neuromuscular entre una neurona y una fibra celular muscular. Las neuronas son células nerviosas y están compuestas morfológicamente de tres partes: un núcleo central o cuerpo llamado soma, manojos de largos filamentos que reciben información, llamados dendritas, que se proyectan de éste, y una extensa prolongación denominada axón y que conduce los impulsos desde el soma hacia otra neurona. El cerebro humano contiene unos cien mil millones de células de este tipo que se ligan entre sí, dendritas con axones, formando unos mil billones de conexiones que conforman una estructura general, o red neural, de interconexiones muy densas. Las conexiones se llaman sinapsis. En conjunto las neuronas disparan diez mil billones de veces por segundo, mientras gastan menos energía que una ampolleta. La funcionalidad cerebral es directamente proporcional a la cantidad de conexiones. Las distintas aptitudes de un individuo implican determinadas conexiones. Probablemente, Mozart poseía un cerebro con conexiones neuronales peculiares; su genética y, además, su actividad musical, que fue estimulada desde su tierna infancia, contribuyeron a producir su genio, lamentablemente conocido por muy pocos en la actualidad.

Comunicaciones

Una de las funciones principales de las neuronas es conducir y transmitir señales, desde las dendritas hasta el axón. Una neurona puede llegar a medir hasta unos 30 centímetros. A su interior, las señales transitan como impulsos eléctricos. Estos recorren la longitud de la célula sin ninguna pérdida de intensidad, a pesar de la mala conductividad eléctrica que posee cualquier tejido biológico. Ello es posible gracias a que la velocidad del impulso nervioso dista mucho de llegar a la de la electricidad conducida, por ejemplo, por alambres de cobre. Aquélla alcanza a un máximo de tan sólo 100 metros por segundo cuando la fibra se encuentra dentro de una vaina de mielina, y únicamente a 0,5 metros por segundo en los impulsos más lentos, en tanto que la velocidad de los electrones en un conductor eléctrico es cercana a la de la luz: 298.000 kilómetros por segundo. Debido a las relativamente lentas velocidades del impulso nervioso, existen concentraciones nerviosas en el organismo más cerca de la acción que sirven para responder en forma más expedita a las demandas externas, en lo que se denomina acto reflejo. Así, mucho antes de que el cerebro registre el dolor e imparta una orden, un individuo ya ha retirado su mano del fuego.

A diferencia de cables eléctricos, la neurona no transporta propiamente energía, sino que señales eléctricas. La energía requerida para conducir las señales la aporta la misma neurona, y una vez enviada ésta, recupera aquélla. Esta característica representa una ventaja, pues permite a la neurona entrar repetidamente en actividad, y al cerebro no recalentarse cuando está en plena actividad.

El mecanismo de transmisión del impulso nervioso funciona de una manera muy peculiar. En primer lugar, la membrana plasmática, que mantiene dentro el contenido celular como la de cualquier célula, está polarizada. Cuando la célula está en reposo, la superficie externa tiene carga positiva, y se establece un potencial de 70 milivoltios entre ambos lados de la membrana (potencial de reposo). En segundo lugar, la membrana es permeable dependiendo del tamaño de los iones: los grandes aniones protoplasmáticos del interior no pueden atravesarla y el pequeño ión positivo de potasio se difunde con relativa facilidad en ambos sentidos; en cambio, la permeabilidad para el ión positivo de sodio, más grande que la de potasio, es mucho menor y el protoplasma tiene la propiedad de expulsarlo activamente. En tercer lugar, la concentración de sodio en el líquido extracelular es de 10 a 15 veces superior al intracelular.

El impulso nervioso en una neurona se desencadena por un estímulo localizado que afecta la permeabilidad de la membrana, que aumenta súbitamente, abriéndose un canal iónico que permite la entrada de iones de sodio impulsados por el gradiente de concentración. Cuando nuevos iones de sodio del medio externo son atraídos y penetran en la membrana, el potencial de reposo disminuye hasta un valor crítico tras el cual el potencial se invierte. Cuando el potencial positivo llega a 100 milivoltios en el interior de la membrana, el fenómeno se hace explosivo y dispara. La onda de excitación se va extendiendo por toda la fibra en rapidísima sucesión. De este modo, el impulso nervioso recorre la longitud de la célula hasta llegar al axón.

En la sinapsis el impulso eléctrico modifica la estructura de un neurotransmisor, sustancia química que lo sigue conduciendo por medios químicos hasta otra neurona, trasponiendo la estrecha distancia sináptica que media entre un axón de una neurona con la dendrita de otra célula, e induciendo o estimulando la recepción en la dendrita, y la señal continúa su curso en la otra célula como impulso eléctrico, y así sucesivamente a través del sistema nervioso. Una sinapsis no es simplemente una conexión, sino que es también un signo de tránsito unidireccional.

En la neurona en cuestión su membrana recupera, inmediatamente después, la impermeabilidad para el sodio. De la fibra escapa un ión potasio, impulsado por el gradiente de concentración, y de nuevo el interior se hace electronegativo, repolarizándose. El estado original no se recupera hasta que los iones sodio, que han entrado, y los iones potasio, que han salido, no vuelven a sus sitios respectivos. Todos estos cambios, tan lenta y laboriosamente descritos, ocurren no obstante en milisegundos y sin dificultad.

Podemos advertir cuatro características importantes en el mecanismo descrito de la conducción de un impulso nervioso dentro de una neurona. Primero, es un proceso de sí o no, o de todo o nada. Si el ataque químico inicial logra reducir la permeabilidad de la membrana celular y un ión positivo logra ingresar dentro de la célula, el impulso nervioso comienza a transmitirse por la célula; de lo contrario no ocurre nada. Segundo, el impulso recorre toda la distancia dentro de la célula sin pérdida alguna de tensión. Tercero, la célula no aceptará otra señal hasta que no haya restablecido su propio equilibrio eléctrico, cosa que no tarda en ocurrir con el ingreso de un nuevo electrón apenas el impulso nervioso deja la célula si aún quedan señales que transmitir. Cuarto, las señales poderosas se transmiten con una frecuencia mayor que las señales más débiles, aunque todas tengan la misma intensidad y la misma velocidad de transmisión, siendo la frecuencia máxima de doscientos impulsos por segundo, ya que la recarga después de disparar demora cerca de dos centésimas de segundo; también la intensidad del impulso depende de la calidad de la sinapsis.

Dos neuronas adyacentes no están pegadas en la sinapsis. Entre el axón de una neurona y la dendrita de otra media una muy pequeña distancia. En las conexiones o sinapsis entre dos neuronas, la barrera es traspuesta por neurotransmisores, de los que más de 50 tipos diferentes han sido identificados. Un mensaje, que recorre una neurona como impulso eléctrico, pasa como reacción química por la sinapsis, a través del neurotransmisor, desde el terminal bulboso del axón hasta una dendrita filamentosa de una segunda célula, donde se convierte en un nuevo impulso eléctrico. En la sinapsis existe una determinada capacidad de afectarse a causa de las proteínas específicas que conforman los terminales de la neurona y la sustancia química particular del neurotransmisor. De ese modo, un sencillo mensaje alcanza a recorrer largas distancias a gran velocidad y a involucrar miles de neuronas.

Los principales neurotransmisores del cerebro son seis. La acetilcolina regula la capacidad para retener una información, almacenarla y recuperarla en el momento necesario. La dopamina fomenta la búsqueda del placer y de las emociones así como al estado de alerta. La noradrenalina promueve la atención, el aprendizaje, la sociabilidad, la sensibilidad frente a las señales emocionales y el deseo sexual. La serotonina juega un papel importante en la coagulación de la sangre, la aparición del sueño y la sensibilidad a las migrañas, y es utilizada para fabricar la melatonina. El ácido gamma-aminobutírico o GABA es el neurotransmisor más extendido en el cerebro y está implicado en ciertas etapas de la memorización siendo un neurotransmisor inhibidor, permitiendo mantener los sistemas bajo control y favoreciendo la relajación. La adrenalina permite reaccionar en las situaciones de estrés, siendo una tasa elevada causante de fatiga, falta de atención, insomnio, ansiedad y depresión.

En el caso de las neuronas asociativas, cuyos manojos de dendritas y sus axones únicos están conectados respectivamente con axones y dendritas de muchas otras neuronas, un mismo impulso nervioso suele retornar repetidamente, activando el mismo conjunto por un prolongado tiempo. Esta característica permite mantener contenidos de conciencia presentes en una memoria de corto y mediano plazo, de naturaleza electroquímica, y posibilita la creación de una memoria de largo plazo mediante la síntesis de proteínas en las sinapsis. También esta característica es fundamental para lograr un estado de conciencia.

No podemos concluir esta sección sin indicar que si las unidades discretas fundamentales del cerebro son las neuronas, éstas se distinguen entre sí por su especialización. Además, su estructuración general admite varias escalas distintas, desde grupos de neuronas específicas y especializadas que intervienen en las funciones de las escalas más simples, pasando por sistemas que incluyen diversos agrupaciones específicas y agrupaciones de agrupaciones, hasta la estructura que se identifica con el cerebro mismo, como veremos más adelante.

La memoria

Además de conducir y transmitir señales, algunas neuronas y grupos de neuronas tienen la capacidad para almacenarlas. Esta función es especialmente importante para todos los procesos cognitivos, desde las mismas percepciones hasta los racionamientos más abstractos. En efecto, la memoria es una de las unidades discretas de la conciencia, aquella que le permite trascender el tiempo y vincularse con el pasado. Dependiendo de la escala de estructuración, grupos de neuronas memorizan desde sensaciones, percepciones e imágenes hasta ideas abstractas y juicios. La memoria provee el contenido significativo en cada instancia del procesamiento psíquico. Los procesos cognitivos van desde relacionar sensaciones para estructurarlas en percepciones hasta relacionar ideas en estructuras lógicas. La estructura general de estas múltiples unidades y modalidades de almacenamiento constituye la memoria.

La memoria no es una parte del cerebro, sino que es una de sus funciones. Más propiamente, ella es una función de la interconexionalidad de las neuronas estructuradas en escalas sucesivamente incluyentes de la densa red neuronal que conforma el cerebro. No está en un lugar específico del sistema nervioso central, como sí lo está en una computadora, cuyas funciones de memoria y procesador lógico ocupan lugares distintos. La memoria biológica ocupa la misma red que procesa la información, y que posee además todas las otras funciones psicológicas conocidas del cerebro. Así, mientras la memoria artificial es capaz de almacenar bits o datos de información, esto es, símbolos con un código adjunto para su recuperación y uso, la del cerebro almacena conjuntos completos cuyas unidades se relacionan entre sí. Además, los bits de la memoria artificial están referidos a la misma escala, en tanto que la memoria biológica comprende tantas escalas incluyentes como la estructuración que posee el sistema de red del cerebro. Si alguien quisiera construir una memoria artificial que imitara la memoria biológica, debiera tener en cuenta lo dicho.

Las unidades discretas de la estructura básica de la memoria son las sinapsis modificadas permanentemente por unidades de experiencias que llegan a estructurar macromoléculas proteicas sintetizadas a fuerza de repetición de estímulos. Las sinapsis de memoria almacenan básicamente bits de información sensorial. Un conjunto estructurado de sinapsis, probablemente un túbulo, almacena contenidos de conciencia más complejos, como una sensación. Una colectividad de conjuntos estructurados en una red, o en un núcleo, pertenecería a una escala superior y almacenaría un contenido de conciencia de una escala equivalente, como, por ejemplo, una percepción. Podríamos suponer que una red neuronal destinada a memorizar contenidos de conciencia de escalas aún mayores requeriría redes estructuradas que contengan estructuras neuronales incluyentes, como sus unidades discretas, hasta llegar a la escala requerida. Así, cuando una zona, o sistema, es activado por alguna señal, se produce el recuerdo estructurado en dicha zona o en dicho sistema. La conciencia evoca estas memorias y las relaciona, elaborándolas y estructurando contenidos más complejos. Estas serían activadas por la conciencia en su actividad por producir una respuesta adecuada a la estimulación del ambiente. De esta manera la memoria provee información a la conciencia para que elabore sus contenidos en todas las escalas que le son permitidas.

La función de la memoria es doble: adquirir y retener información, y evocar la información retenida. Su mecanismo es en la actualidad muy poco conocido, pero se saben algunos hechos. Todo el material que se recuerda proviene en último término del mundo externo. Así, la materia prima para las elaboraciones psíquicas proviene tanto de la experiencia del mundo externo como de los contenidos de conciencia almacenados en la memoria y que se hacen directamente presentes al ser evocados. En el proceso de transformación de la experiencia en memoria, es decir, de objeto percibido por los sentidos en imagen o figura representada, hasta almacenar ideas abstractas y razonamientos, intervienen las señales eléctricas, el establecimiento de nuevas conexiones sinápticas y la formación de complejas moléculas proteicas en las neuronas. En la actividad de aprendizaje, se estimulan la formación de macromoléculas proteicas en las conexiones sinápticas involucradas, aquellas que han sido activadas eléctricamente por la experiencia, para justamente almacenarla.

Etapas de memoria

Algunos neurocientíficos distinguen tres etapas de memoria. En primer término está la de plazo inmediato y dura segundos antes de desaparecer o pasar a la etapa siguiente. Su utilidad es manifiesta en aquellas acciones como marcar un número telefónico después de haberlo leído un rato antes en el guía, o saltar una zanja en el camino unos instantes después de haberla visto.

En segundo lugar está la de corto plazo y dura horas; también es olvidada si no pasa a la etapa posterior. Entre otras cosas, ésta nos sirve para ubicarnos en el tiempo y el espacio cuando estamos en acción, lo que no deja de ser decisiva en nuestras actividades de supervivencia. Se cree que el estado de estos dos tipos de memoria es solamente eléctrico, no logrando estructurarse necesariamente de un modo permanente ni completo. En el caso de la memoria de corto plazo es posible que resulte, además, por el establecimiento temporal en la red nerviosa de nuevas vías y conexiones neurológicas excitadas por la estimulación de la experiencia y mantenidas por la tensión eléctrica generada.

Por último está la memoria de largo plazo. Ésta demora en registrarse y exige a menudo repeticiones de las experiencias. Por ello, el aprendizaje requiere repetición de la acción. Además, es más fácil que una relación causal, que nos indica el modo de funcionamiento de un fenómeno, o una relación ontológica que nos entrega el concepto de algo, queden más firmemente asentado en nuestra memoria que un acontecimiento aislado. Usualmente, un acontecimiento particular se graba fácil e indeleblemente cuando está asociado con una fuerte emoción. Pareciera que una de las funciones de las emociones es permitir la constitución de la memoria de largo plazo con mayor facilidad y de manera más permanente. La experiencia tras meter la mano al fuego no se borra nunca más.

Mientras la memoria de corto plazo se origina en la corteza prefrontal, la memoria de largo plazo se genera cuando la primera pasa por el hipocampo. Este fenómeno ha llegado a ser conocido, ya que las personas que han sufrido la extirpación selectiva del hipocampo no logran desarrollar memoria de largo plazo, resultándoles novedosa toda experiencia.

Algunos neurólogos suponen que las estructuras que contienen las unidades discretas de memoria de largo plazo son conjuntos de neuronas que se interconectan específicamente a causa de la síntesis de macromoléculas proteicas determinadas que se forman a nivel de la sinapsis. Las proteínas tardan un tiempo (horas) en sintetizarse en las respectivas sinapsis. Se supone asimismo que existen muchas variedades de proteínas y muy distintas entre sí. Las sinapsis que se alteran de esta manera quedan establecidas en forma permanente. Las señales que transitan por estas sinapsis determinan una cierta especificidad en la información.

Así, las experiencias se asientan permanentemente en las sinapsis modificadas por las proteínas que han sido sintetizadas. Completando lo anterior, otros neurólogos sostienen que es probable también que la memoria de largo plazo se establezca a fuerza de repetición de estímulos, los cuales fortalecerían nuevas conexiones sinápticas de carácter más permanente. Ciertamente, la posibilidad de evocar una información particular desaparece definitivamente apenas se rompe la conexión sináptica.

Las personas de edad avanzada tienen deficiencias metabólicas y posiblemente por ello no consiguen sintetizar fácilmente estas macromoléculas para establecer nuevas conexiones sinápticas, lo que explicaría sus dificultades para memorizar nuevas experiencias, aunque no, por cierto, para recordar experiencias del pasado más lejano. Además, la menor actividad metabólica, a consecuencia del envejecimiento, retarda la actividad cerebral en sus otras funciones, especialmente en la memoria inmediata, pues hay menor energía disponible a causa de una menor oxigenación de la sangre y de un contenido menor de sustancias energéticas.

La memoria, que se identifica con el recuerdo, es distinta de la capacidad para recordar. Todos sabemos que resulta más fácil reconocer el recuerdo que evocarlo, como si su posibilidad de actualización se perdiera en la maraña de los circuitos neuronales establecidos, sin encontrar el interruptor, clave para efectuar la conexión de acceso del circuito en cuestión. Un breve reconocimiento es como encontrarse con el interruptor y recordar lo que se ha experimentado o se conoce. Pero dar con el interruptor resulta muchas veces en un agotador esfuerzo que muchas veces resulta vano, aunque el recuerdo esté en la “punta de la lengua”. De ahí la necesidad de contar con ayuda memorias, las cuales facilitan el evocar lo que se sabe.

La creencia de que aquello que recordamos son formas inmateriales inalterables de entes no se compadece con el mecanismo del aprendizaje. Por aquella creencia, se estima que la veracidad de un testimonio depende únicamente de la intención del sujeto, ignorándose la fragilidad inherente de la memoria que logra retener tan sólo residuos de percepciones, las cuales están lejos de evocar imágenes y acontecimientos veraces. Además es posible suponer a veces que ciertos recuerdos que se llegan a evocar han sido efectivamente experimentados, cuando lo que ha ocurrido es una mezcla de imágenes inducida por la acción hipnótica o por sueños.


El cerebro estructura


Las investigaciones recientes indican que el cerebro posee una clase de organización estructural que echa por la borda el esquema propiciado por el anatomista y fisiólogo alemán Franz Joseph Gall (1758-1828), hace doscientos años atrás, de un mosaico donde cada función psíquica se ubica en un lugar específico del cerebro, y que derivó en la nefasta frenología, pseudociencia del siglo XIX y comienzos del XX. Se sabe ahora, a través de numerosos ensayos e investigaciones del cerebro que utilizan la observación mediante exámenes por los diferentes tipos de scanners (la imagen por resonancia magnética y la tomografía por emisión de positrones), la técnica de experimentos electrofisiológicos mediante electrodos, el análisis de la conducta humana patológica, las autopsias y la experimentación con animales, que muchas funciones particulares están distribuidas por todo el cerebro, y también que sus distintas regiones se especializan en diferentes funciones.

En principio, la estructura del cerebro es la de un tejido fisiológico compuesto por neuronas, glía y vasos sanguíneos. Pero su enorme complejidad estructural radica precisamente en la arquitectura y organización del tejido. Y el tejido es complejo debido no sólo a las posibilidades que tienen las neuronas, las unidades discretas fundamentales, para interconectarse entre sí, sino también para conformar redes sucesivamente incluyentes.

En primer lugar, las neuronas se organizan en circuitos locales que forman una unidad compleja denominada túbulo. Los túbulos se integran en capas y núcleos (agregaciones en colecciones no estratificadas) corticales. Las zonas corticales y nucleares se interconectan para formar regiones corticales. Las regiones se estructuran en sistemas. Los sistemas se agrupan en sistemas de sistemas. En fin, los sistemas de sistemas terminan por estructurarse en el supersistema que es el cerebro o sistema nervioso central. Puesto que este supersistema es una estructura que aúna la totalidad de las estructuras de escalas inferiores, el cerebro es una unidad.

No obstante, es imposible entender el funcionamiento del cerebro si persistimos en concebirlo como estratificado en niveles y capas, y no como estructurado en escalas sucesivamente incluyentes, donde las unidades discretas fundamentales, las neuronas, convergen en escalas cada vez mayores de integración e inclusión, siendo la escala mayor la que contiene al sistema nervioso como tal y siendo su función la conciencia, que es la función psíquica de escala superior y que incluye a todas las restantes funciones psíquicas de menores escalas, desde el pensamiento racional y abstracto hasta las puras sensaciones. La neurología debiera tener el principio de la estructuración incluyente en distintas escalas para que pueda avanzar en su investigación del cerebro.

Vimos que la memoria no está localizada en una región determinada, sino que en tanto función multiescala está distribuida, como conviene, en toda la corteza y también en estructuras subyacentes. En realidad, la memoria constituye prácticamente el conjunto de millones de neuronas cerebrales que no tienen una especialización mayor. Este conjunto conforma una estructura reticular altamente organizada, constituida por conjuntos de sistemas que trabajan concertadamente, pero tan sensible que, excitando química o eléctricamente una o más de ellas, se activa un cierto número de otras, produciendo toda la complejidad de una percepción, de una imagen o incluso de un pensamiento. En el sueño la imaginación crea una relación inédita, uniendo conjuntos de imágenes, productos de pasadas experiencias, según las preocupaciones actuales.

Además de la memoria es posible distinguir determinadas funciones que se explican por la participación necesaria de gran parte la actividad cerebral. Una de ellas es la que regula el tono de la actividad cerebral y que corrientemente se denomina vigilia. Ésta se lleva a cabo mediante la modulación del sistema nervioso. Su estructura está ubicada en el subcórtex, y su morfología consiste en una extensa y continua red nerviosa de formación reticular organizada verticalmente para enlazarse con la extensión del córtex.

Existe una compleja función que consiste en la programación, regulación y verificación de la actividad cerebral. Por medio de ella se verifica la ejecución y se regula la conducta para que la acción se efectúe de acuerdo al programa. También se comparan los efectos de la acción con las intenciones originales para corregir cualquier error cometido. Esta compleja función se localiza en las amplias regiones anteriores de los hemisferios antepuestos al giro precentral, siendo su canal de salida el córtex motor. Su estructura incluye las capas superiores del córtex y la materia gris extracelular, la cual está compuesta de elementos de dendritas y glía. Puesto que esta estructura se desarrolla a partir de los 4-7 años, no es funcional en niños menores. Tal vez, la posibilidad de su desarrollo incompleto pueda explicar ciertas patologías.

Otra función de carácter general consiste en la de recibir, analizar y almacenar la información que continuamente llega del mundo exterior. La estructura de esta compleja función está constituida por los millones de neuronas individuales que están ubicadas en las regiones laterales del neocórtex, en la superficie convexa de los hemisferios en las regiones posteriores, incluyendo las regiones occipital (visual), temporal (auditiva), y parietal (sensorial general). A diferencia de la anterior función, estas neuronas trabajan de acuerdo a la ley del todo o nada, recibiendo impulsos discretos y reexpidiéndolos a otros grupos de neuronas.

Por lo anterior, no es posible localizar los procesos psicológicos complejos en zonas limitadas del córtex. Tales procesos corresponden a funciones provenientes de la estructuración participativa de muchas y diversas subestructuras ubicadas, a veces, a considerable distancia entre ellas. Las funciones complejas son posibles debido a la concertación de los aportes de las diversas subestructuras. El sistema funcional de gran escala puede verse alterado a causa de lesiones en subestructuras o en localizaciones particulares, o por un funcionamiento electroquímico deficiente.

En una escala aún mayor las neuronas de los sectores de corteza son coordinadas como en una inmensa orquesta por conjuntos de neuronas más especializados. Existe por ejemplo un pequeño conglomerado de neuronas cuyos axones provienen del ganglio basal. Estas neuronas alcanzan a todas las zonas del cerebro que controlan el movimiento de los sentidos y el procesamiento de información, y emiten un neurotransmisor relacionado con el conjunto de sensaciones.

Especializaciones

La enorme colección de neuronas tiene un orden orgánico que se viene analizando desde hace más de sesenta años. Así, la corteza cerebral, o córtex, zona que cubre la parte superior del cerebro y que tiene un espesor entre 1,5 y 4,5 mm, está estructurada en capas que se distinguen morfológicamente por el tipo de neuronas. Se han descubierto seis capas o estratos en las cuales predominan uno u otro tipo, alternándose capas granulares con capas piramidales. Las neuronas del tipo granular son terminaciones de fibras cortiaferentes, en tanto que las neuronas de tipo piramidal son comienzos de fibras eferentes. Como se ha hecho evidente para algunos investigadores en inteligencia artificial, es necesario que entre las neuronas de entrada y las de salida existan estratos de neuronas intermedias, pues si las primeras estuvieran directamente conectadas con las segundas, habría una correspondencia sencilla, directa, determinada e invariable entre la información que llega y la que sale, sin poder ser modulada, evaluada, controlada o procesada.

La especialización abarca incluso sectores de la corteza, dividiéndose en tres áreas: motora, sensitiva y de asociación. La estimulación eléctrica provoca en la corteza sensitiva la correspondiente sensación, o desencadena en la corteza motora contracciones en los grupos musculares correspondientes, pero no produce reacción alguna en la corteza de asociación. Las cortezas sensitiva y motora están subordinadas a la corteza de asociación, la que tiene por función la coordinación e integración de la información. En consecuencia, al estructurarse por convergencia e interconexión en una escala superior, los diversos tipos de neuronas sincronizan su funcionamiento, y la estructura superior se torna específicamente funcional.

Puede servir de ejemplo lo que algunos investigadores han encontrado últimamente en regiones particulares del cerebro que han sido debidamente estimuladas y su reacción registrada. De este modo, cierta región específica tiene una función que distingue adelante de atrás, y así otras más distinguen arriba de abajo, derecha de izquierda, movimiento de quietud. Además han encontrado que estas regiones deben ser estimuladas para que puedan activarse y conectarse, para conformar finalmente estructuras que tienen funciones espaciales, necesarias para los centros de percepción.

La especialización de las neuronas se puede observar también en aquéllas de los campos receptores del órgano de la visión. Existen neuronas que son sensibles, cada una de forma especializada, a la forma, la luz y el color de un estímulo visual. Las distintas informaciones transmitidas son reagrupadas en el córtex visual, generando una representación unificada y detallada, dotada de múltiples formas, luces y colores.

Los lóbulos frontales están conectados con los lóbulos parietales. En éstos existe actividad cuando la persona se concentra en imágenes visuales y sonoras, lo que implica que esta parte del cerebro monitorea las señales del mundo exterior, e indica a los lóbulos frontales poner atención y vigilancia frente a esas señales. Una región del córtex posee la facultad para reconocer el significado de las expresiones faciales; esto implica que una habilidad para evaluar la intención de otro e indicar a otro sus propias intenciones solamente por la expresión facial fue una ventaja evolutiva y fue responsable de este desarrollo particular del cerebro.

Lo que demuestra nuevamente que la estructuración última del cerebro es incluyente de muchas estructuras de escalas sucesivamente inferiores es que distintos sistemas regionales del córtex convergen, relacionándose en una escala superior, en estructuras muy funcionales. Así, por ejemplo, la capacidad para procesar el lenguaje es una estructura que tiene subestructuras, como la conocida área de Broca, localizada en una región del lóbulo temporal del hemisferio izquierdo; posee funciones muy relacionadas entre sí para el lenguaje; conecta las memorias almacenadas; coordina los órganos del habla, y reconoce los sonidos que forman las palabras. Una subestructura muy cercana, conocida como el área de Wernicke, puede comprender el lenguaje escuchado.

En los seres humanos, los dos hemisferios cerebrales poseen además determinadas especializaciones funcionales generales. En el hemisferio derecho se centran las funciones viso-espaciales no verbales, las capacidades artística y de comprensión, y apreciación de la música; allí las distintas unidades discretas del pensamiento se sintetizan en un instante, y su contenido se transmite como un todo integrado. Este mecanismo de estructuración se adapta al tipo de respuesta inmediata requerida por los procesos visuales y de orientación espacio-temporal. En cambio, el hemisferio izquierdo es el centro del pensamiento analítico y lógico. Allí las imágenes, ideas y conceptos, unidades discretas del pensamiento lógico y abstracto, se estructuran por medio del lenguaje de modo secuencial y lineal para terminar por conformar proposiciones y juicios. En resumen, el hemisferio derecho es bueno para los problemas geométricos, en tanto el izquierdo lo es para los problemas matemáticos. Así, pues, mientras el hemisferio izquierdo es el frío, gris, monótono, calculador centro hacia donde concluye el pensamiento abstracto y racional que procesa partes conceptuales de modo ontológico y lógico, concluyendo en el lenguaje, el hemisferio derecho es el centro creador que da origen a la diversidad poética, musical, llena de color y perspectiva que humaniza tanto la realidad como los sueños sobre del sujeto que conoce, siente y se expresa.

Estructura evolutiva

Es importante destacar que la estructuración del cerebro tiene un origen evolutivo. En dicha estructuración se distinguen al menos cuatro partes que forman capas superpuestas, siendo la más antigua, evolutivamente hablando, la más interna, y siendo la más reciente, la más externa. La parte más antigua, correspondiente a los reptiles, es el paleo encéfalo que incluye el hipotálamo y el tallo cerebral. Viene enseguida el mesocéfalo con el hipocampo, que correspondió a los antiguos mamíferos. Posteriormente sigue el córtex con dos hemisferios, propio de los mamíferos actuales. Por último, con el ser humano, surgió el neocórtex. Ninguna de estas partes es funcional sin el funcionamiento adecuado de las partes más antiguas.

Las partes más profundas, como la amígdala, los núcleos del septo, los núcleos talámicos anteriores y el hipotálamo, están rodeadas por el sistema límbico. Éste, a su vez, está constituido por un conjunto de estructuras complejas que incluyen el hipocampo, el giro hipocámpico y el giro del cíngulo, y funcionalmente están relacionadas tanto con las emociones del placer, sexuales, agresivas, de miedo, como con las sensaciones más primitivas, como el olfato, el hambre, la sed. Se sabe por las experimentaciones realizadas que el hipocampo juega un papel crucial en el aprendizaje, pero no es el lugar donde se almacenan los recuerdos.

En general, la corteza está especializada en el procesamiento de la información, y el subcórtex, en transmitirla. La habilidad espacial se localiza en la primera, y las emociones se ubican en ciertas estructuras del sistema límbico. Desde el punto de vista de la evolución biológica, la parte interior y más antigua (filogenéticamente hablando) del cerebro contiene los sistemas de control esenciales para el mantenimiento de la vida, y la exterior, de más reciente desarrollo, es la principal responsable de la memoria, las emociones y los refinamientos del pensamiento. La relación del sistema nervioso central con el importante sistema endocrino, que interviene en la conducta del organismo mediante la producción de distintas hormonas, se produce de diversas maneras y a distintos niveles, siendo el principal el conformado por el diencéfalo y la hipófisis. Las hormonas, producto de las glándulas endocrinas, son mensajeros químicos que intervienen en la regulación de los diversos sistemas del organismo.

En los primates superiores y particularmente en los seres humanos el córtex constituye una estructura con un desarrollo mucho mayor y que recientemente, en los últimos millones de años, ha venido evolucionando con rapidez en el género homo. Esta estructura incluye la mayor parte de los lóbulos frontales y de toda la corteza no dedicada ni a la sensación del mundo exterior ni al sistema motor. Su estructura está, en general, constituida enteramente por células asociativas, las cuales tienen una conformación morfológica granular.

Los lóbulos frontales y, en particular, sus formaciones terciarias, incluyendo el córtex prefrontal, fueron las últimas partes de los hemisferios cerebrales que se formaron en el curso de la evolución y que, si bien apenas son visibles en los animales inferiores, se hacen apreciablemente mayores en los primates. En el ser humano, ocupan hasta 1/4 de la masa total de los hemisferios cerebrales, pero no alcanzan la madurez hasta los 4 a 7 años. En éstos se encuentran principalmente la memoria, la imaginación, el carácter y el pensamiento abstracto y racional.

Así, pues, hemos visto que el sistema nervioso es verdaderamente un complejo sistema funcional que comprende varias escalas incluyentes de estructuras, cada una de ellas funcionalmente especializada. La escala máxima de su estructuración tiene un funcionamiento unitario que se identifica con la conciencia de sí, con el pensamiento abstracto y lógico, con los sentimientos y con la acción intencional.



CAPÍTULO 3 – LAS FUNCIONES PSICOLOGICAS DEL CEREBRO



El cerebro posee funciones propias que son psicológicas y son de tres tipos diferenciados: cognitivas, afectivas y efectivas. Estas funciones producen estructuras psíquicas. Sus existencias pertenecen a los impulsos electroquímicos que se dan entre las neuronas y de modificaciones proteicas en las sinapsis. En este continuo fluir de impulsos y en la incesante actividad cerebral se estructuran los contenidos de conciencia, las emociones y sentimientos y los instintos y la voluntad. Como toda estructura, sigue los principios de estructuración que se sintetizan en escalas sucesivas e incluyentes. El conjunto de diversas estructuras psíquicas se unifican en la conciencia.


Psicoanálisis y teoría


Hace ya algo más de cien años que Sigmund Freud (1856-1939) empezó a elaborar la teoría del psicoanálisis para dar cuenta de ciertos trastornos conductuales y hasta fisiológicos que experimentaban algunos de sus pacientes. Éstos tienen origen en fuerzas irracionales e inconscientes. Así, nuestra acción intencional no es puramente racional, sino que contiene impulsos irracionales que actúan de manera enmascarada y disfrazada desde el inconsciente, dirigiendo nuestros actos sin estar consciente de ello. Estas conclusiones tuvieron enorme repercusión en sus contemporáneos, y hasta los escandalizó del mismo modo como Darwin, algunas décadas antes, había impactado en las creencias religiosas sobre la creación con su teoría de la evolución de las especies biológicas. Ello es comprensible, ya que la larga tradición dualista de la cultura occidental, propia del idealismo y el racionalismo, suponía que la mente, o la psiquis, se identifica con la conciencia, y que el yo es lo mismo que el alma espiritual platónica, sede de la razón y rectora de la voluntad, que domina al cuerpo corrupto. Por el contrario, Freud establecía que hay vastas áreas mentales que no nos son conscientes, pero que influyen sobre nuestro comportamiento de manera determinista y en contra de nuestra voluntad, dando al traste con filosofías largamente atesoradas.

Los síntomas

Freud observó que la existencia de dichos trastornos son en realidad síntomas de incontroladas fuerzas inconscientes, o neurosis, y éstas son, a su vez, reacciones a las influencias exteriores experimentadas por el sujeto. Esto es, los síntomas son la expresión visible de un proceso inconsciente, siendo la enfermedad psíquica dicho proceso. Así, los síntomas son una transacción entre dos fuerzas opuestas: un deseo o un temor, y una censura poderosa que se opone a la primera. Mediante la censura, el neurótico excluye de su conciencia un proceso desagradable, aunque no menos real y profundamente vívido. Sin embargo, la exclusión no consigue que el proceso no se manifieste a través de una amplia gama de síntomas, por lo que la conclusión que se impone es que éstos son el resultado activo de motivos inconscientes ocultos.

Así, pues, Freud encontró un mecanismo para las neurosis. La causa de los síntomas neuróticos son las representaciones reprimidas y olvidadas en el inconsciente de alguna experiencia, supuesta o real, pero que, desde allí, siguen actuando en el comportamiento del sujeto, pues justamente allí las representaciones se encuentran sometidas a sus procesos. Al surgir una situación parecida a una experiencia pasada, resultante de una amenaza, aparece la angustia como señal de peligro. Luego la angustia es una reacción emocional ante un peligro no sólo subjetivo, sino que especialmente irracional, que produce en el sujeto sensaciones de peligro latente.

La represión es entonces la fuerza que mediante la censura mantiene fuera de la conciencia dichos recuerdos, confinándolos en el inconsciente. Es un mecanismo de defensa de que se vale el sujeto en contra de las exigencias de los llamados "instintos". Pero es un mecanismo ineficaz, pues debe actuar constante y repetidamente con el objeto de evitar la irrupción de lo reprimido. Las defensas ineficaces o patógenas producen las neurosis. Si los hechos reprimidos se hicieran conscientes, provocarían angustia. La representación inconsciente se ve obligada a transformarse para ser aceptada por el sujeto, provocando así el síntoma como un producto deformado de una realización de deseos. Todo síntoma sirve de expresión a procesos inconscientes.

Los síntomas poseen un sentido y una significación, siendo sustitutivos de actos psíquicos normales. Aparecen como actos nocivos o inútiles que el sujeto realiza en contra de su voluntad, y el esfuerzo psíquico requerido para su ejecución y la lucha contra ellos lo agotan, produciéndole angustia y ausencia de felicidad, y lo limita e incapacita para las demás actividades por la rigidez de sus reacciones, a pesar de sus propias capacidades. Freud llegó a analizar y a tipificar, bien o mal, una cantidad de neurosis en la forma de histerias, fobias, inhibiciones y obsesiones.

El psicoanálisis

Para curar estas neurosis, Freud elaboró el método del psicoanálisis. Mediante esta terapia se procura determinar qué representaciones y significados reprimidos son los causantes de los síntomas del paciente y traerlos a su plena conciencia, basándose en la suposición de que si éste los descubre y los acepta, los síntomas neuróticos desaparecen, pues cesarían de actuar desde el inconsciente.

La forma de llegar a conocer las representaciones reprimidas es a través de dos procesos: 1. la "asociación libre", método que se basa en la idea de que siempre existe una conexión entre un pensamiento y el que sigue; y 2. la interpretación de los sueños. Éstos serían una sustitución deformada de un suceso inconsciente, y del análisis de los "actos fallidos", los cuales se supone que pueden conocer aquello que está reprimido en el inconsciente.

Las representaciones reprimidas deberán ser interpretadas correctamente por el analista, lo cual es tan difícil como llegar a tener un criterio objetivo. Por su parte, el paciente deberá vencer la resistencia que aquéllas oponen a hacerse conscientes, pues son de naturaleza desagradable, lo que le produce vergüenza, miedo, dolor y angustia. Puesto que el mal está en su inconsciente, es él quien debe descubrirlo en forma activa, no bastando que se le diga simplemente cuál es el problema que lo aqueja.

Teoría psicoanalítica

Para explicar las neurosis y sus mecanismos de censura, represión y resistencia, Freud desarrolló una teoría psicoanalítica, a diferencia de muchos otros psicólogos que se han contentado solamente con describir otros tantos mecanismos en el comportamiento humano que dan cuenta de elementos no intencionales, irracionales y deterministas sin llegar a elaborar teoría alguna, lo cual no significa que no se deba valorar el enorme esfuerzo que significa generar una teoría. Pero han sido diversos elementos de su teoría y no el mecanismo psicológico de las neurosis lo que ha causado tanta polémica.

Una teoría es la explicación de un conjunto de fenómenos mediante otro conjunto, siendo ambos las partes integrantes de su estructura y que se conectan causalmente con necesidad. Así, por ejemplo, Einstein explicó la relatividad del espacio y el tiempo mediante la famosa ecuación E = MCC; Darwin aclaró la evolución biológica mediante la selección natural; Planck dilucidó la naturaleza corpuscular de la luz mediante los cuantos. El mérito de estos genios fue el relacionar en una teoría dos grupos de fenómenos, siendo corrientemente el conjunto explicativo una brillante hipótesis que se adelanta para explicar el otro que ya ha surgido por observación o por experimentación. Es suficiente que el primero sea experimentalmente comprobado para que la teoría adquiera validez.

En concordancia con la estructura de toda teoría, la de Freud abarcó dos ámbitos distintos de fenómenos. Uno de ellos se refirió al análisis de las relaciones causales que conforman los distintos mecanismos de un conjunto de fenómenos observables que constituyen, en este caso, las neurosis. El otro fue la interpretación de estos fenómenos mediante el fenómeno de la libido. No me corresponde pronunciarme aquí acerca del psicoanálisis en cuanto terapia.

Causa de síntomas

La teoría psicoanalítica de Freud se basó en que siempre los síntomas neuróticos tienen una causa sexual reprimida, omitiendo otras causas o aceptándolas levemente, como fue el caso de haber postulado en un principio el instinto de conservación, y posteriormente el instinto de destrucción o de muerte. En efecto, para él la causa de las neurosis es el instinto del impulso sexual, cuya energía es la libido. Resalta la apreciación de que en esta hipótesis existe, en concordancia con las creencias de la época, un fundamento importante de dualismo al separar una psiquis de un instinto biológico. Por otra parte, había comprobado a través de la terapia psicoanalítica que la causa de las psiconeurosis se encuentra en sucesos acaecidos en la infancia del individuo.

La conclusión que se le imponía era que en la formación de la neurosis están los deseos incestuosos de los niños hacia sus progenitores, y, especialmente, hacia el sexo opuesto, siendo el complejo de Edipo lo fundamental en su génesis. Naturalmente, como era de esperar, la hipótesis planteada, es decir la libido en la infancia, para explicar los fenómenos de las neurosis ha sido duramente atacada desde el momento mismo que Freud la formuló. Existen razones de mucho peso. No sólo es difícil aceptar la normal existencia de lo erótico en bebés y niños, a pesar de los intentos suyos y de sus seguidores por demostrarlo, sino que el psicoanálisis aparece verdaderamente como una doctrina perversa por proponer que las relaciones humanas normales se basan en hostilidades, resentimientos, venganzas y represalias. Y sin embargo, tanto la motivación sexual como su relación con sucesos vividos en la infancia se mantienen como firmes pilares en la elaboración de lo poco de científico que se puede encontrar en la teoría psicoanalítica, lo cual plantea evidentemente un verdadero acertijo.

Solución

No obstante, pienso que este acertijo puede ser resuelto mediante un par de consideraciones. Así, pues, un primer elemento para elaborar una teoría psicoanalítica más de acuerdo con las realidades biológica, psicológica y social es establecer que el conjunto de fenómenos que debiera explicarla son las dos funciones fundamentales de todo organismo biológico. Una de ellas es su capacidad de supervivencia, la otra es su capacidad de reproducción. Sin ambas funciones fundamentales la especie no podría prolongarse a través de la reproducción de los individuos, ni el organismo sobrevivir, siendo, por tanto, inviable la existencia tanto de organismos biológicos individuales de una especie como de la especie misma. Estas funciones fundamentales determinan completamente el comportamiento de todo organismo biológico, incluido el ser humano.

De la consideración de la acción de estas dos funciones en el ser humano se derivan una cantidad de conclusiones. En primer lugar, la referencia a la reproducción abarca mucho más que la libido freudiana. Incluye también la atracción sexual, el cortejo, el orgasmo, la gestación, el embarazo, el dar a luz, la crianza del bebé, la formación del infante, la educación del niño. En los seres humanos supone amor, madurez, responsabilidad, además de cariño y dedicación.

En segundo término, la función de supervivencia es anterior a la función de reproducción, considerando la proporción de la estructura del organismo humano dedicada a la primera. Si se desplazara la función de supervivencia por la de reproducción, sobrevendría evidentemente la muerte del individuo, sin haber llegado éste siquiera a reproducirse, lo cual no conviene de manera alguna al mecanismo de la prolongación de la especie.

En tercer lugar, la función de reproducción, junto con el intenso deseo sexual, aparece plenamente en el individuo sólo con la pubertad, cuando éste ha llegado a una madurez fisiológica que le permite llevarla a cabo, lo cual significa, por otra parte, que ha tenido primeramente éxito en sobrevivir. Decir que la sexualidad está en estado latente en el infante es evadir el acertijo señalado más arriba, pues no significa nada. Valdrá la pena señalar además que el ser humano es un mamífero pleno y, como se observa en todos los mamíferos, la sexualidad en las crías no existe, como tampoco existe en éstas ni el periodo anal ni el oral con sus connotaciones sexuales. La actividad sexual en los mamíferos aparece sólo con la pubertad.

En cuarto término, si el origen de muchas neurosis aparece como sexual, ello se debe a que la afectividad, en especial la derivada del deseo sexual, debe ser reprimida hasta que la necesidad de supervivencia sea primeramente satisfecha. A diferencia de la supervivencia, la función de reproducción requiere una contraparte sexual y que además esté dispuesta. El atractivo sexual de la contraparte puede promover el instinto o apetito sexual, pero éste no podrá ser satisfecho sin su consentimiento, el cual está pleno de consecuencias relacionadas con la reproducción.

En última instancia, lo que caracteriza a una cría humana por sobre todo es su absoluta vulnerabilidad, desvalidez e indefensión. Los antropólogos enseñan que la ventaja adaptativa que significó un cerebro de gran tamaño para la especie humana, tuvo su contraparte desventajosa que el recién nacido no puede pasar a través de la pelvis materna con una masa encefálica del volumen que tendrá como adulto. Esto tiene dos implicancias. Por una parte, el recién nacido necesitará años de crecimiento fisiológico para llegar al estado adulto y poder valerse con todas las aptitudes que caracterizan la especie. Durante ese tiempo será un ser dependiente en su crianza. Por otra parte, tamaña capacidad cerebral implica una existencia en un medio cultural extraordinariamente rico y sofisticado. Entre un recién nacido y la etapa de adulto existe un largo proceso de formación y educación cultural.

Cariño o no

Sin duda que el estado de indefensión natural propio de un ser humano en sus años de infancia no debe llevarse al concepto extremo de “complejo de inferioridad” del médico y psicólogo austriaco Alfredo Adler (1870-1937), y deducir de ello toda una teoría psicoanalítica. La realidad de la condición humana es que un bebé o un niño requiere de permanente amparo y apoyo para poder sobrevivir, y una cuidadosa y esmerada formación y educación para capacitarlo a ser un adulto maduro. Esta acción de sus progenitores y otros adultos se traduce en manifestaciones de cariño, que es precisamente la señal del amparo y el apoyo, pues el lenguaje de dar y recibir se traduce en símbolos de cariño. El infante espera cariño sin límite, pues es lo único que le permite tener la sensación de seguridad, sin el temor vital de ver amenazada su existencia.

Resulta una verdadera lástima que las enseñanzas freudianas, que enfatizan la condición erótica en los infantes, hayan desviado por tanto tiempo y por tantas generaciones la atención cultural de la forma correcta de la crianza, a pesar de que un psicoanalista puede comprobar corrientemente que una representación emocional angustiosa en un adulto fue producida principalmente por pasadas experiencias de indefensión en un mundo hostil durante la infancia, y que los neuróticos son las personas que han sido más duramente golpeadas por adversas e inhumanas circunstancias, especialmente durante la infancia.

Un segundo elemento que una teoría psicoanalítica debe considerar es uno de escala. En efecto, ha habido cierta dificultad en aceptar el mecanismo del placer y dolor al tiempo de hacerse cargo de otros fenómenos de la afectividad, como condiciones de las neurosis, sin creer que se cae en contradicción por esta supuesta univalencia. El mismo mecanismo de sensaciones de placer y dolor se emplea tanto en la supervivencia como en la reproducción de todo animal, siendo el placer sexual una sensación muy intensa, aunque no lo suficientemente como para no ceder frente al hambre, la sed, el sueño o el cansancio.

Por otra parte, mientras más evolucionada es la especie, mayores son las escalas disponibles para estructurar la afectividad. Así, la atracción sexual está en la escala de las sensaciones; el enamoramiento, que es una pasión, existe en la escala de las emociones, y el amor corresponde a la escala de los sentimientos. Cada escala está integrada, a modo de unidades, por escalas inmediatamente menores, hasta alcanzar las más fundamentales. Las sensaciones de placer y dolor, que pertenecen a la escala más fundamental de la afectividad, están siempre presentes en todas las estructuras afectivas, como las emotivas, propias de todos los animales más evolucionados, y las sentimentales, que son propias de los seres racionales.

Las neurosis, más propias de los seres humanos, surgen en las complejidades sentimentales de la necesidad de sobrevivir y del deseo de reproducirse. Tan compleja resulta la integración de las dos funciones vitales fundamentales que los seres humanos vestimos para ocultar nuestras partes pudorosas y desarrollamos intrincados rituales y normas para establecer quien se acopla con quien y en qué circunstancias.

En conclusión, un niño no es un ser erótico, pues simplemente su genotipo en dicha etapa de su desarrollo no ha estructurado aún el impulso sexual. Por el contrario, un niño es un ser existencialmente necesitado de cariño, el que, en su absoluta indefensión, le posibilita su supervivencia. Una vez adulto, su afectividad se estructurará integrando en sí tanto su impulso sexual como su experiencia afectiva infantil, de lo cual surgirán representaciones sexuales con cargas de experiencias infantiles.

Por tanto, si en su infancia ha habido cariño, en el individuo podrá madurar normalmente su sexualidad y llevar una vida plena. Por el contrario, si ha tenido carencia de cariño en la infancia, puede emerger en él un cuadro neurótico, con las típicas causas sexuales que Freud estudió. La traumática experiencia de esta falta de cariño, al ser estructurada dentro de una afectividad en la que participa también el impulso sexual, puede adquirir un significado distinto del original, como si lo erótico hubiera sido lo central en aquélla, de lo cual su experiencia desagradable de una realidad hostil en la infancia se funde con una carencia de cariño en una supuestamente pretérita experiencia en lo sexual.


Aprendizaje y comportamiento


El conductismo

El conductismo es una escuela psicológica que ha tenido una gran influencia y se emplea terapéuticamente.  Surgió en 1913 con la publicación del artículo: “La psicología desde el punto de vista conductista” de John B. Watson (1878-1958), quien afirmaba que la psicología debía redefinirse como el estudio del comportamiento. El propósito que perseguía era extrapolar el método científico a la psicología mediante el análisis del comportamiento. Su planteamiento se resumía en que todo fenómeno de comportamiento ocurre en forma de estímulos y sus respuestas correlativas. El sentido de esta relación se refiere a estímulos que provienen del medio, afectando a un organismo vivo, y sus respuestas fisiológicas de reacciones glandulares y motoras.

El conductismo enseña que el proceso de aprendizaje obedece a una mecánica consistente en un comportamiento modificado en respuesta a un estímulo específico. Los conductistas tratan de explicar el comportamiento humano a través del que se observa en experimentos con ratas, suponiendo la existencia de similares mecanismos internos en éstos. Para llegar a establecer la respuesta adecuada al estímulo, el animal utiliza el método del "tanteo" (trial and error). Por éste se refuerzan algunas conexiones de estímulos y respuestas, mientras se debilitan otras. A través de este método se aprende la relación causal existente en un problema (si se oprime el botón rojo aparece comida) y la respuesta apropiada (oprimir el botón rojo). El problema puede ser presentado artificialmente en el laboratorio o existir en la naturaleza, pero un animal, o un ser humano, responde aprendiendo la relación causal, no sin ritualizarlo.

El origen del conductismo se puede trazar a Iván Pavlov (1849-1936). A fines del siglo XIX este pionero ruso de la fisiología y la psicología llegaba a establecer el concepto de “reflejo condicional”, referido a la relación entre ciertos comportamientos de los animales con una determinada estimulación. Tras experimentar con perros, observó que éstos salivaban al escuchar una campanilla. Anteriormente la había hecho sonar cuando se les presentaba comida. Determinó que ellos aprenden a relacionar el sonido de la campanilla con la comida y concluyó que logran establecer una asociación entre ambas imágenes.

En las décadas del sesenta y siguiente, B. F. Skinner (1904-1990), prosiguiendo las ideas de la escuela conductista, llamó “condicionamiento operante” a una forma de aprendizaje que se refiere a una modificación voluntaria del comportamiento y no a una actividad puramente refleja, y en la que es posible modelar la conducta mediante un sistema de castigos y recompensas. De allí nace el concepto de “refuerzo” y que consiste en una reacción deseada por el empleo de premios. Esto significa que el aprendizaje se puede reforzar e implicaría ciertas modificaciones en la práctica pedagógica. Consistiría en la fijación de las respuestas que conllevan una recompensa y en un rechazo de las respuestas incorrectas o no recompensadas.

Skinner partió preguntando “¿por qué la gente se comporta en la forma como lo hace?” Para él la respuesta debía encontrarse en las causas físicas primeras. Reaccionando contra las explicaciones dualistas, afirmó que dichas causas son el ambiente y la herencia genética. Así, si se modifican algunos de estos parámetros causales, se obtiene una modificación correlacionada del comportamiento.

Un punto clave para entender el conductismo es que lo que ocurre dentro del sujeto, aunque podría ser posible llegar algún día a conocerse, no es determinante. Lo importante es observar los estímulos a los cuales las personas responden, junto con las respuestas.

Por la influencia del conductismo y su reacción al mentalismo, la psicología ha venido a ser la ciencia que estudia el comportamiento según el binomio estímulo-respuesta. La tendencia es que tanto el estímulo (el input) como la respuesta (el output) pueden ser observados directamente, pero no así el procesador. Lo que pertenece al sujeto, es decir, lo que ocurre dentro de la piel, es un dominio difícil de acceder. Ello se hace tangencialmente para determinar causas que expliquen por qué una respuesta esperada no se produce. Se tiende a buscar las causas en patologías, disfunciones, anormalidades, particularidades y similares.

La Gestalt

El punto de vista conductista ha sido atacado desde diversos sectores y bajo distintas perspectivas. Si por una parte había que responder al determinismo del binomio estímulo-respuesta de un conductismo que no intentaba desentrañar el fenómeno de lo que acontecía “dentro de la piel” del sujeto, también se hacía necesario responder, si se quería evitar caer en el idealismo racionalista, al cómo los contenidos de conciencia (percepciones, imágenes e ideas) pueden provenir exclusivamente de las sensaciones. De este modo, la escuela de la Gestalt, o teoría de las formas, se abocó a estudiar la estructuración de las sensaciones en percepciones a través de la organización perceptiva. Así, para Christian von Ehrenfels (1859-1932), fundador de la escuela de la Gestalt, el problema era cómo es posible la existencia de un todo estructurado y organizado que subsiste por sobre sus componentes sensoriales, siendo además más que la suma de sus partes, ya que la experiencia conlleva cualidades que no pueden ser expresadas por la sola combinación de sensaciones.

Max Wertheimer (1880-1943), miembro de la misma escuela, había respondido que el todo, o forma estructural (Gestalt), se organiza espontáneamente en el “campo perceptivo”, pasando a analizar la estructura de dicho campo, para luego establecer leyes que rigen su estructuración. Por ejemplo, la diferencia entre figura y forma: si una figura resulta más simple al ser interpretada en tres dimensiones que al hacerlo en dos, el individuo la interpretará de ese modo, saliéndose del plano. Distinguió entre pensamiento reproductivo, producto de la repetición mecánica y ciega, y pensamiento productivo, que es un proceso para formar una restructuración global.

Wolfgang Köhler (1887-1967), de la escuela de la Gestalt, en sus experimentaciones con chimpancés, comprobó que el aprendizaje es más que un comportamiento al que se llega por el método del tanteo. En un experimento él observó un chimpancé en una habitación en la cual se había colgado del techo un plátano y en un rincón de la misma se había dejado un corta vara y un cajón. Al principio el animal daba saltos una y otra vez para alcanzar el plátano sin lograrlo, hasta que en determinado momento el animal parecía ‘ver’ por primera vez la vara y el cajón, a los cuales sin embargo había mirado antes sin interés. Entonces en lugar de volver a saltar el mono empujó el cajón debajo del plátano y utilizó la vara para cubrir la distancia faltante, golpear el plátano y hacerlo caer. Concluyó que el discernimiento cumple una función principal, ya que en determinado momento el animal pudo reorganizar su espacio perceptivo, generando una relación significativa entre objetos que hasta el momento percibía por separado. 

Köhler suministró a la teoría los resultados de sus experimentos con animales, a quienes les exhibía tanto los elementos requeridos para una solución como los obstáculos. La solución a los complejos problemas a que eran sometidos no era fruto de ensayos y errores, como pretendían los conductistas, sino consecuencia evidente de una repentina visión interna, de un chispazo de pensamiento, dando así una interpretación acorde con la teoría de la Gestalt en función de la “reorganización del campo perceptivo” demandada por una necesidad. Köhler se centró en la idea de discernimiento para explicar el comportamiento de los chimpancés que el observaba. Veía que un antropoide estudia primeramente el problema por un tiempo y comprende de un golpe la solución. Interpretaba como una reorganización del campo perceptivo lo que sucede, como en este caso en que el antropoide en cuestión obtiene una solución (cómo alcanzar el racimo de plátanos) a partir de elementos dispersos que observa cerca (un cajón y una corta vara).

Podríamos decir que se trata más bien de una síntesis instantánea de elementos distintos que se opera en la escala imaginativa. Así, el animal consigue sintetizar las imágenes funcionales de cada elemento (el cajón logra acercar su mano al racimo de plátanos si se sube a éste, la vara cubre la distancia faltante), y en un instante producir una estructura psíquica en una escala superior, la combinación de estas imágenes funcionales en una imagen funcional completa. Tiene un chispazo, como diría Köhler, pero no en forma analítica ni lógica, que sería un método alternativo de solución que sólo podría efectuar un ser humano para obtener una solución. Simplemente, el chimpancé, o cualquier otro animal superior, incluyendo al ser humano, pueden imaginar estructuras funcionales a partir de imágenes que constituirán sus subestructuras. También diríamos que lo que induce al animal a actuar es un propósito ligado a sus necesidades propias de supervivencia y reproducción.

Numerosos estudios y experimentos efectuados con animales se han realizado en estos años tanto para conocer mejor sus capacidades cognitivas como para llegar a conocer mejor qué nos diferencia de ellos y qué tenemos en común, y llegar a saber qué es el conocimiento. Entre estos estudios, cabe mencionar el de cuervos que pueden encontrar soluciones originales a problemas, como el acceder a un pedazo de carne que está colgando de una rama, atado a una cuerda, y que está en la línea del experimento efectuado por Köhler. Otros experimentos realizados con focas muestran su habilidad para distinguir series distintas de símbolos.

Un interesante experimento se refiere a la habilidad de loros muy inteligentes de cierta especie para aprender las palabras para designar distintos colores, formas, sustancias y dimensiones, llegando a relacionar estas nociones en las imágenes concretas cuando se les pregunta, por ejemplo, por la sustancia de un cierto objeto de un determinado color, dimensión y forma que se le presenta junto con otros objetos diferentes y de distintas sustancias. Se puede saber también que los chimpancés tienen capacidad para sumar un par de cantidades pequeñas y simbolizar las cantidades de objetos en números, cuando indican dos tríos de manzanas y señalan a continuación el símbolo para el número seis. También en experimentos comparativos entre chimpancés y humanos se ha podido determinar que la inteligencia de un chimpancé adulto es superior a la de un niño de dos años en la capacidad para relacionar espacios y proporciones, relaciones y ubicaciones de distintos objetos.

La escuela de la Gestalt apuntó precisamente a fenómenos que tienen, no a estímulos externos al sujeto, sino que al mismo sujeto como origen, como el discernimiento, que afecta decisivamente la respuesta. Sin embargo, el intento de esta escuela de extrapolar el discernimiento observado en animales a los humanos está lejos de explicar la psicología humana. Ésta es más compleja que la psicología animal por cuanto incluye escalas propias de la conciencia de sí y donde funciona el pensamiento abstracto y racional. Una teoría unificadora y general del conocimiento, que estudie cómo conocemos, es lo que se propondrá más adelante. Adicionalmente, el problema epistemológico, que estudia qué conocemos, es tratado en mi libro El pensamiento humano (ref. http://unihum5.blogspot.com); el problema de la psicología humana es analizado en mi libro La decisión de ser (ref. http://unihum7.blogspot.com), y el problema psicológico de la afectividad se trata en el Capítulo 3, “El sistema nervioso y la adaptación”, de mi libro La esencia de la vida (ref. http://www.unihum6.blogspot.com).   


Sensación, percepción e imaginación


Antecedentes teóricos

Es necesario introducirnos directamente en el dominio dentro de la piel y desentrañar cómo conoce efectivamente el ser humano. La respuesta sobre cómo se relaciona el cerebro con la mente y cómo tenemos contenidos de conciencia, tales como las percepciones, las imágenes y las ideas a partir exclusivamente de las sensaciones se debería encontrar en la teoría de la complementariedad de la estructura y la fuerza, expuesta en mi referido libro La clave del Universo (ref. http://unihum3.blogspot.com), capítulo 3, Estructura, fuerza y función. En breve, esta teoría establece por una parte que toda estructura es funcional, es decir, ejerce fuerza o es receptora de fuerza, siendo respectivamente causa o efecto en una relación causal. Una relación causal puede terminar un una estructuración o también en una desestructuración o destrucción estructural.

Por otra parte, la teoría también establece que toda estructura se compone de unidades discretas funcionales, que son sus subestructuras, como también toda estructura es parte o unidad discreta de otra estructura, y así sucesivamente. Ahora bien, todas las estructuras que son unidades discretas de alguna estructura pertenecen a la misma escala, estando la estructura de la que forman parte en una escala superior, y estando las subestructuras (o unidades discretas) que componen cada una de dichas estructuras en una escala inferior, y así sucesivamente a través de distintas escalas.

Basados en dicha teoría, estamos ahora en condiciones de avanzar una teoría cognitiva-psicológica que permite superar el actual estancamiento del conocimiento acerca de la relación entre cerebro y mente, o de la investigación de la conciencia y el conocer. De este modo, la función más importante de la masa encefálica que llamamos sistema nervioso central o simplemente cerebro es la función psicológica capaz de estructurar una mente. Otra de sus múltiples funciones es, por ejemplo, ejercer un peso de unos 1400 gramos. La función psicológica produce tres tipos de estructuras psíquicas diferenciadas: la cognitiva, la afectiva y la efectiva, las que se reúnen en la conciencia.

Es conveniente destacar que estas estructuras psíquicas son tan de nuestro universo de materia y energía como la mesa de madera sobre la cual estoy escribiendo; y no me estoy refiriendo a la analogía de “cabeza de alcornoque”. La diferencia entre el conjunto de fibras de celulosa que componen la madera de la mesa y una idea, o una emoción, es que la idea, o una emoción, es un conjunto de impulsos electroquímicos que se van desplazando velozmente a través de y entre determinadas neuronas del cerebro. Una estructura psíquica requiere, por tanto, un medio neuronal activo (un determinado conjunto de neuronas unidas sinápticamente) para existir y sus unidades discretas son impulsos electroquímicos que se desplazan por este medio.

Respecto al mecanismo cognitivo del sistema nervioso, éste consiste básicamente en traducir las manifestaciones electromagnéticas y gravitacionales, que provienen del medio externo, en sensaciones de impulsos nerviosos que la red aferente envía al cerebro. Allí, esta información es sintetizada en percepciones. A su vez, éstas estructuran imágenes, las que, en los seres humanos, llegan a ser las unidades discretas de las ideas. Incluso en ellos las ideas se estructuran en juicios y conclusiones lógicas. Esta teoría en nada contradice el viejo adagio, suscrito ya por Aristóteles y también Juan Locke, que nada hay en el intelecto que no haya pasado por los sentidos. En lo que sigue, analizaremos brevemente esta teoría en su perspectiva cognitiva, es decir, la que explica la estructuración de sensaciones, percepciones e imágenes (cuando se incluyen las ideas en el proceso, se habla no de “cognitivo”, sino que de “cognoscitivo”).

Señales y receptores

El proceso de la cognición comienza con el ingreso del medio externo al sistema nervioso de conjuntos de señales agrupadas en sensaciones. Las cosas de la realidad objetiva, es decir, los objetos mismos (que son externos a nosotros), son fuentes directas o indirectas de fuerzas. En forma de radiaciones electromagnéticas (lumínicas, calóricas, sonoras y vibratorias), emanaciones químicas (olores, sabores, que también pertenecen a las fuerzas electromagnéticas) y simplemente gravitacionales (táctiles), las fuerzas excitan o estimulan directamente los órganos sensoriales que están repartidos por todo el cuerpo (tacto) o que están concentrados en determinados lugares (el resto de los órganos), los cuales son sensibles precisamente a estas fuerzas. En general, cuanto menor sea la intensidad de la fuerza necesaria para estimular un órgano sensorial, tanto más sensible será dicho órgano y tanto más precisa será la información que viene del medio externo.

Los órganos sensoriales son terminales nerviosos de ingreso de la vía ascendente o red aferente del sistema nervioso. Las ramificaciones sensibles de este sistema comienzan en sensores, compuestos por neuronas receptoras especializados, capaces de detectar presiones, temperaturas, vibraciones, intensidades de luz, colores, fuerzas magnéticas en ciertas aves, formas y compuestos químicos de gases y líquidos. Ciertas manifestaciones naturales, como, por ejemplo, diferenciales eléctricos causados por condiciones meteorológicas y que de alguna manera nos afectaría causándonos posiblemente dolores en articulaciones, no se consideran normalmente señales sensibles que tengan por receptores propiamente órganos de sensación reconocidos. No obstante estas relaciones causales son efectivamente partes del sistema sensorial que está conformado por señales sensibles y órganos sensoriales.

A continuación, los órganos sensoriales transforman, amplificando, las fuerzas recibidas en señales nerviosas que son transmitidas por la red aferente a las capas corticales sensoriales primarias (de visión, oído, tacto, gusto, olfato) del sistema nervioso central. Allí se estructuran en sensaciones. Una sensación puede ser un color, una forma, una textura, una temperatura o un olor determinado. No nos ocuparemos de las señales que están diseñadas para provocar respuestas y reacciones automáticas llamadas actos reflejos, puesto que no generan propiamente conocimiento.

Mediante instrumentos y aparatos, como por ejemplo, el radiorreceptor, sensibles a otra gama o intensidad de fuerzas y que las transforman en señales sensibles para los órganos sensoriales –incluso el microscopio o el telescopio que amplían nuestras capacidades visuales–, los seres humanos tenemos acceso a otras manifestaciones de la realidad, las que de este modo se tornan cognoscibles. Ello nos lleva a preguntarnos si acaso no existirán otros tipos de fuerzas que aún no conocemos por no disponer de aparatos que las transformen en fuerzas que podamos sentir.

En cualquier caso, puesto que la mayoría de las señales estructuradas, como las sensaciones recibidas, son percibidas por la vista (formas, colores, distancias, movimientos), nuestro mundo es principalmente visual. Podríamos compararlo con el mundo de, por ejemplo, un perro, cuya visión es un órgano de sensación muy pobre comparado con sus sensibles oído y olfato.

Percepción

El flujo de señales que llega de los órganos sensoriales al cerebro es rápido y continuo. Tan cuantioso fluir saturaría en poco tiempo la capacidad del cerebro si tuviera que procesar y almacenar toda esa información. Por ello, éste, en el estado de atención, discrimina y selecciona activamente las señales según intereses muy específicos relacionados con la conciencia del mundo que lo rodea, necesario para la supervivencia del organismo. Las sensaciones que han sido seleccionadas por la percepción, en el hipotálamo, se transforman en percepciones y se estructuran eléctricamente en la red neuronal, llegando a constituir datos o unidades discretas de información perceptiva.

La diferencia entre sensación y percepción es que la sensación “mira” –pasivamente– colores y formas, mientras que la percepción “ve” –activamente– un color, una forma.
La percepción no es una impresión pasiva de los estímulos externos en forma de sensaciones sobre los órganos de percepción, sino que en forma activa se forman estructuras de perceptivas correspondientes a la estimulación primaria. Es un proceso de búsqueda, selección y síntesis de la información sensorial bruta para obtener percepciones cuya finalidad es que el sujeto logre distinguir, ya en la imagen, las características esenciales de un objeto real.

La correspondencia entre el objeto real percibido y la imagen recordada se efectúa mediante una continua comparación y verificación con las señales que provienen del primero, seleccionando aquéllas que corresponden a sus atributos más relevantes desde el punto de vista del sujeto y de acuerdo a una determinada combinación de patrones innatos y aprendidos. En consecuencia, la facultad de la percepción consiste en una interpretación de las percepciones y su producto es la imagen. El sujeto puede cometer errores perceptivos debido a experiencias sensibles incompletas o fragmentarias. Frecuentemente, él debe hacer una evaluación previa para que estas experiencias sigan el camino para convertirse en conocimiento verdadero.

Imagen

La estructura de la conciencia, que afecta las estructuras coordinadoras del cerebro, relaciona las percepciones actuales para estructurar imágenes, pues las unidades discretas de una imagen son las percepciones. Compara las características percibidas del objeto con imágenes evocadas y crea hipótesis apropiadas que compara con los datos originales. En las imágenes de objetos conocidos, que están firmemente establecidos por experiencias anteriores, este proceso naturalmente se abrevia. Las imágenes pueden ser almacenadas en diversos conjuntos de neuronas asociativas, estableciendo sus conexiones. El interés de la conciencia puede mantener una imagen por un tiempo en estado de impulsos eléctricos en un conjunto de neuronas hasta que se asientan como memoria permanente, susceptibles de ser evocada cuando sea necesario.

La imagen memorizada es una estructura ubicada en un conjunto estructurado de conjuntos de neuronas interconectadas, cuyas sinapsis han sido permanentemente modificadas por proteínas sintetizadas. También el cerebro, en el proceso del imaginar, elabora o modifica sin cesar multitudes de imágenes, las cuales pueden existir brevemente en un estado eléctrico en conjuntos de neuronas. La estructura imaginaria no sólo representa un objeto, una cosa real o supuestamente real, sino que también persigue reproducirlo. La correspondencia del objeto imaginado con el objeto real es de importancia decisiva para la efectividad del organismo en su interacción con el medio externo. La representación que posee el cerebro debe corresponder con las cosas de la realidad.

Una imagen es el único contenido de conciencia que representa más o menos a un objeto concreto. La fidelidad de la imagen respecto al objeto no depende tanto de la calidad y cantidad de sensaciones percibidas como de la aptitud funcional del cerebro para estructurar una imagen, esencialmente subjetiva, que corresponda lo más precisamente posible con el objeto real, material y externo. La imagen en tanto unidad psíquica es la primera instancia significativa del objeto. Dice algo al sujeto, sea animal o ser humano, de un objeto en tanto unidad cognitiva estructural.

Lo que conocemos de un objeto es aquello que perciben nuestros sentidos. Lo que se nos manifiesta de un objeto son los accidentes, en el sentido aristotélico, es decir, aquello que tiene existencia en las sustancias, o el fenómeno, en el sentido kantiano, esto es, aquello que existe en el noumenon, en la cosa en sí. El objeto de la imagen está compuesto por una cantidad de “accidentes”, como colores, olores, sonidos, movimiento, textura, dureza, volumen, peso, y que llegamos a percibir y a conformar como imagen.

La imagen no es una representación uno a uno de un objeto percibido, como suponen los empiristas y nominalistas. David Hume (1711-1776), sostenía que “si uno mira un árbol, tiene la impresión (percepción) de un árbol. Si cierra los ojos, tiene la idea (imagen) de un árbol”. Para él, la idea (en itálicas para decir “imagen”, tal es la confusión existente en conceptos tan fundamentales) es una copia débil de la impresión. Razonaba que “si no hay impresiones, entonces no hay ideas”, sin caer en cuenta que se trata de una relación causal entre dos escalas distintas, lo que es imposible.

En realidad, la imagen pertenece a la escala de representaciones que va de lo genérico a lo específico hasta llegar a representar al individuo. La imagen genérica de perro puede representar para una persona un animal de cuatro patas, de tamaño mediano (por decir, entre elefante y ratón), con piel, ojos atentos, hocico húmedo, entre muy amistoso y muy bravo, que ladra, etc. Mediante una mayor atención que provea más percepciones, esta imagen genérica puede especificarse para representar un inteligente y elegante pastor alemán. Si la imagen llega a reproducir con mayor detalle al objeto, puede individualizarse para representar mi perro Max. Asimismo puedo recordar la imagen de mi perro cuando era un cachorro travieso, inquieto y cariñoso, o imaginarlo cuando sea un viejo gruñón y dormilón.

Una imagen puede referirse a un solo individuo. En tal caso, en el intelecto humano, puede llegar a constituir una unidad discreta de una estructura conceptual que conforma una relación ontológica. Un concepto o idea es una estructura psíquica cuyas unidades discretas son imágenes. También una imagen puede relacionarse con otras imágenes, como una tetera echando vapor posada sobre una hornilla. En dicho caso, el conjunto se está refiriendo a alguna acción que describe una relación causal.



CAPÍTULO 4 – LA INTELIGENCIA HUMANA



Las funciones psicológicas del cerebro estructurado en su máxima escala, que es la propiamente humana, con un amplio desarrollo de los lóbulos frontales y el neocórtex, corresponden al elaborar ideas abstractas, al razonar lógico, al albergar sentimientos y al actuar intencionalmente. La estructura que engloba unificando las estructuras psíquicas producidas por la estructura del cerebro humano es la conciencia de sí.


Hacia la conciencia de sí


Las capacidades para aprender y memorizar, comunes a por lo menos todos los animales superiores, especialmente los mamíferos y aves, no son lo mismo que las capacidades para comprender y pensar. Así, funciones cognoscitivas como razonar, planificar, fantasear, clasificar, acordar, honrar, burlarse o explicar tienen en los seres humanos su única expresión. La inteligencia animal, basada en el instinto, es superada por la inteligencia humana, basada en el pensar racional y abstracto.

El concepto “instinto” lo usamos extensa y corrientemente para referirnos a la inteligencia animal. Pero también los seres humanos nos basamos en el instinto como parte de nuestro comportamiento inteligente, pues nuestra inteligencia es, al igual que la animal, también de imágenes y emociones que se generan y se procesan. Generalmente, instinto se refiere en primer lugar al comportamiento animal tanto individual como social. En segunda instancia, se refiere a un comportamiento controlado por factores externos a su objetivo. En tercer lugar, los individuos de cada especie tienen formas fijas de comportamiento. En cuarta instancia, estas formas fijas de la especie, como tejer una telaraña, el individuo lo adapta a las condiciones particulares. Por último, intrínsecamente, el instinto no es otra cosa que la relación de una imagen, tanto percibida actualmente como recordada, a una emoción. Por ejemplo, novedad es peligrosa, y una rata no se acerca al veneno dejado en el entretecho por el dueño de casa.

Todas las funciones psicológicas del cerebro, como el aprendizaje y la memoria, el entendimiento y el pensamiento, las representaciones más abstractas de las cosas, el juicio que efectúa para estructurarlas lógicamente, los sentimientos correlativos que se estructuran acerca de éstas y la intervención intencional sobre las mismas, que estamos ahora considerando, generan la mente. La mente es la estructura psíquica que produce el cerebro fisiológico, estando sustentada en éste. Por lo tanto, la mente no es algo etéreo ni espiritual. Podemos imaginar la relación entre cerebro y mente como la que existe entre un motor embragado y el mismo en pleno funcionamiento. Las actividades que allí se desarrollan corresponden a operaciones rutinarias y exactas que tienen por causa la interacción de la naturaleza de la fuerza del impulso nervioso de la transmisión sináptica y de la transducción sensorial dentro de la multifuncional estructura cerebral. El cerebro combina lo eléctrico con lo químico para producir aquellas estructuras tan psíquicas pero tan concretas que existen en el estado eléctrico que se desenvuelve en las neuronas. En su actividad, el gelatinoso y grisáceo seso produce la poesía, la idea, el amor, la bondad, y estos productos son estructuras que existen en un estado electroquímico, en conexiones neuronales y  en proteínas construidas, y, por lo tanto, en una realidad espacio-temporal.

La imagen de una vela encendida puede servir de analogía para comprender al cerebro, sus funciones psicológicas y sus productos psíquicos. La vela, que representa al cerebro, es un objeto tangible, palpable. La llama, que representa la mente y sus manifestaciones psíquicas, es producto de la cera, el pabilo y el oxígeno, que representan las neuronas, sus conexiones y el flujo electroquímico del cerebro. Aunque aparentemente no es tan tangible ni palpable como de la vela, no es por ello menos material y medible. De modo similar, nuestra conciencia y sus contendidos son tan materiales y funcionales como una llama que ilumina y quema. Para comprender la llama no es para nada suficiente con analizar la vela. Tampoco basta con saber cómo se enciende ni a quien ilumina o quema. Es necesario saber qué es precisamente la llama.

Conciencia

La conciencia es el producto psíquico unificador que resulta de la estructuración de la cognición, la afectividad y la efectividad. La cognición aporta sensaciones, percepciones, imágenes y, en el ser humano, ideas. La afectividad produce pulsiones, emociones y, en el ser humano, sentimientos; y la efectividad genera conducta reactiva, instintiva y, en el ser humano, volitiva. Mientras la conciencia animal es de lo otro, en el ser humano también es de sí. La persona, a través de su conciencia, unifica los diversos productos psíquicos que generan las funciones psicológicas del cerebro en combinación a la memoria, y se transforma en un todo unificado, armónico y equilibrado, con propósito y sentido.

Cada escala estructural del sistema cognitivo es funcionalmente completa por sí misma. El intelecto de una vaca no es ni racional ni abstracto, pero, en tanto llega a la escala de la imagen y la emoción, le permite conocer su ambiente de pastizales y a sus congéneres, y las oportunidades y peligros de su entorno. Recíprocamente, la vaca funciona con relación a su capacidad cerebral, lo que indica que en dicha escala y sólo en dicha escala, la vaca es un animal plenamente apto. Si la capacidad intelectual de una vaca estuviera limitada, sus posibilidades de supervivencia y reproducción se verían reducidas o anuladas.

Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un sujeto para adquirir la presencia de un objeto. La capacidad se refiere a la función de la estructura cognitiva de la conciencia del sujeto; por tanto, la conciencia se refiere principalmente a la cognición. La adquisición es el acto cognitivo. La presencia en este caso es una representación psíquica del objeto que se origina en las sensaciones que el sujeto recibe de este objeto y que estructura o elabora en percepciones, imágenes y conceptos. La presencia es la invasión del objeto en el campo de sensación del sujeto. Puesto que parte de las sensaciones es afectiva, la adquisición es también un acto afectivo, en que la presencia del objeto genera emociones. El objeto es todo lo que se pone al alcance del sujeto, como causa de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser partes de estructuras, estructuras individuales o el conjunto de las estructuras, tanto actualmente como surgidas de la memoria del sujeto.

La conciencia, especialmente en sus escalas superiores de estructuración, es lo que confiere unidad y armonía al ser humano de modo análogo a como la cultura unifica el sentir, el pensar y el actuar de un pueblo. Un individuo puede perder su integridad física al sufrir, por ejemplo, una amputación, pero no por ello pierde su unidad y equilibrio de persona. Tampoco el tiempo y los continuos cambios afectan la unidad de la persona. Por el contrario, la incrementan al adquirir experiencia y sabiduría.

Cuando el todo se hace inviable, la unidad muere y desaparece, al menos para los efectos de nuestro reconocido universo espacio-temporal. Con relación a su existencia en un entorno un ser viviente tiene unidad cuando tiene conciencia de lo otro y se sabe sujeto y objeto de relaciones causales. Una cebra puede saber que la hierba del prado cercano es un buen alimento, que el árbol frondoso vecino protege del sol y que el león agazapado en los matorrales de la izquierda presenta una amenaza fatal. La escala particular de esta conciencia depende de la capacidad del individuo para saberse hasta qué punto es sujeto y objeto de relaciones causales con respecto a otros. La escala de la conciencia de lo otro es de la totalidad de un sistema nervioso que reconoce en su entorno oportunidades y peligros.

En contraste, una persona tiene unidad cuando tiene un propósito existencial que surge de la reflexión. La función psicológica de escala mayor que puede tener un cerebro es la conciencia de sí. El síntoma de la falta de cordura, que se denomina psicosis en sus diversas manifestaciones clínicas, es una disociación de la unidad de la conciencia, y consiste en una pérdida de contacto con la realidad por una incapacidad para efectuar la comparación entre lo imaginario y lo real y determinar cuál es cual. Su causa puede encontrarse tanto en fallas específicas de la estructura cerebral que impiden el funcionamiento normal de alguna estructu­ra en alguna escala inferior como en deficiencias en los neurotransmisores por la incapacidad del organismo de sintetizarlos en las proporciones adecuadas.

Las neurosis, por su parte, son heridas de la estructura emocional de la personalidad que quedan tras las duras batallas por la supervivencia y la reproducción y que si, por un lado, limitan las capacidades funcionales del individuo, por el otro lo endurecen para afrontar luchas similares. Freud llamó subcons­ciente a una estructura psíquica con contenidos que no logran aparecer en la conciencia o que pudiendo hacerse conscientes son reprimidos por ésta. La estructuración de la conciencia no sólo diferencia a los cuerdos de los que no son tanto, sino que establece la sensatez en la personalidad, es decir, el predominio de la razón y la lógica por sobre el instinto, esto es, del pensar racional a partir de premisas válidas, del criticar la validez de las premisas y del elaborar las premisas mismas.

Relaciones

En cuanto cantidad la inteligencia es proporcional a la capacidad del cerebro para relacionar distintos contenidos de conciencia dentro de una misma escala; en tanto que su calidad depende de la escala a que es capaz de funcionar para estructurar estos contenidos. El concepto “contenidos de conciencia” es generalmente utilizado por la psicología filosófica para designar las diversas unidades estructuradas de carácter psicológico, como las sensaciones, las percepciones, las imágenes y las ideas.

Los contenidos de conciencia son representaciones significativas de alguna escala determinada y están referidos necesariamente a contenidos de conciencia de una escala inferior, como la idea respecto a las imágenes, o la imagen respecto a las percepciones. Además, los contenidos de conciencia están referidos potencialmente a contenidos de escala superior, como las percepciones respecto a la imagen. Una representación es una versión interpretada o reconstruida, como una percepción que reconstruye o interpreta sensaciones.

Relacionar es otra palabra para estructurar. La acción estructuradora que efectúa el cerebro no es otra cosa que relacionar contenidos de conciencia dentro de una misma escala, como combinar imágenes distintas de una cosa y obtener una imagen más completa de ésta. También se refiere a la acción de estructurar contenidos de conciencia en una escala superior a partir de distintos contenidos de conciencia de escala inferior, como a partir de imágenes de triángulo se llega a estructurar la idea de triángulo. En este sentido, las imágenes pasan a ser las unidades discretas de la idea, y las percepciones lo son de la imagen.

Este mecanismo responde a la interrogante de cómo el cerebro adquiere ideas a partir de la experiencia que nos viene a través de sensaciones de objetos de la realidad, es decir, de cómo produce algo que es abstracto y universal de algo que es concreto y particular. El cerebro relaciona los contenidos de una misma escala y los estructura en una escala superior, cuyos contenidos los vuelve a estructurar en una escala aún superior, y así sucesivamente hasta llegar a la idea más abstracta y universal posible. Observemos por tanto que los contenidos de conciencia de escalas superiores siempre están referidos a sus componentes de escalas inferiores.

En razón de que las causas de los contenidos de conciencia de la escala cognitiva más baja, las sensaciones, provienen del medio externo, todos los contenidos de conciencia, incluso los más abstractos y lejanos de la realidad objetiva y sensible, pasan a ser sus verdaderas representaciones, aunque nuestra imaginación y nuestra inteligencia consigan distorsionarlos de manera tan completa que nos parezcan virtualmente irreconocibles con los objetos representados. Así, pues, los contendidos de conciencia son representaciones de cosas objetivas, estructuradas en distintas escalas, y provienen del mundo exterior.

Toda información cognitiva proviene del medio externo e ingresa al cerebro a través de los órganos sensoriales. Toda ella es primitivamente sensación. El cerebro puede elaborar la información y producir una percepción, una imagen o una idea. Es capaz de sintetizar información y ordenarla. Así, estos contenidos están siempre referidos a sus componentes primitivos. De ahí que siempre esté significando y siempre sea una representación del objeto. La veracidad de un contenido de conciencia, es decir, la calidad de su correspondencia con el objeto representado, en cualquier escala, está en relación directa con la fidelidad que llegue a representar la cosa objetivada.

El poder del cerebro humano, y más específicamente de la mente, es muy grande, pues produce cosas –contendidos de conciencia– que no están originariamente en los objetos. En este sentido el poder del cerebro humano es extraordinariamente mayor que el del cerebro animal, el cual reproduce imágenes bastante fieles de objetos, podríamos decir de manera análoga a una máquina fotográfica. La diferencia sustancial es que la mente humana genera ideas, mientras que en la realidad objetiva no existen estas ideas. Sin embargo, la mente humana produce ideas como relaciones verdaderas de representaciones individuales y concretas objetivas. Por ejemplo, Sócrates es hombre, todos los hombres son mortales, etc. Además, la mente es capaz de relacionar lógicamente dichas proposiciones y llegar a la conclusión: “Sócrates es mortal”. Esta conclusión no está en los objetos de la realidad objetiva que la mente conoce, pero es perfectamente verdadera, pues corresponde efectivamente a la realidad objetiva.

Procesamiento

La capacidad de la mente humana para relacionar rápida e incesantemente contenidos de conciencia está detrás de una actividad de continua elaboración y reelaboración. La mente no genera fantasmas ni elabora fantasías a partir de la nada. Existe fuera de ella un mundo real, sensible, de donde primero extrae sus representaciones, las almacena en su memoria y las recuerda cuando es necesario. Luego, estos contenidos los ordena y reordena, los cambia y trastoca, los relaciona y combina permanente, sintética y críticamente para estructurar unidades en escalas sucesivamente incluyentes, hasta la obtención, en el ser humano, a través de su peculiar pensamiento conceptual y abstracto, de ideas abstractas y proposiciones completamente verdaderas, las que, mediante su procesamiento lógico, llega a nuevas proposiciones, en un proceso que puede ser cada vez más complejo, sutil, fiel, certero, profundo y verdadero.

El procesamiento de relaciones de percepciones, imágenes e ideas que efectuamos en el tiempo, uno tras otro en infinita y desordenada sucesión, nos permite la concepción de un antes y de un después, pues la imagen de algo no sólo incluye sus dimensiones espaciales, también se refiere a la dimensión temporal de la relación causal que representa. Algo puede ser imaginado en el tiempo sin recurrir al proceso lógico de que un antes antecede necesariamente a un después. Gracias a esta capacidad, no sólo podemos planificar, proyectar y programar acciones, sino también tener un sentido, más que del tiempo, de la historia. También, mediante las relaciones que hacemos de las imágenes de las cosas, tenemos conciencia de lo otro, como ocurre con los animales superiores. Pero la capacidad para ubicarnos aparte y frente a las cosas, que produce la conciencia de sí, la poseemos sólo los seres humanos. Por ella podemos avergonzarnos, envidiar, envanecernos y reír, entre una multiplicidad de otras manifestaciones conductuales.

Podemos distinguir tres tipos de pensamiento según sea su grado de funcionalidad. En primer término, cuando el cerebro llega a tener la capacidad para recombinar y sintetizar imágenes en ideas tan concretas que están estrechamente ligadas a las imágenes, hablamos de pensamiento instintivo o concreto. El pensamiento se hace lógico y ontológico cuando las ideas son más abstractas, pueden independizarse de sus imágenes y pueden relacionarse entre sí. En una escala superior, que corresponde a un pensamiento plenamente abstracto, las relaciones lógicas y ontológicas se efectúan con prescindencia de imágenes, y utiliza únicamente símbolos, como si representaran cosas. Esta estructuración lógica de sistemas de relaciones simbólicas, que no necesitan referencia a ningún tipo de representación de objetos concretos, constituye el pensamiento abstracto. La estructuración lógica y ontológica de las ideas posibilita el pensamiento y el lenguaje. La conciencia de sí es la emergencia del pensamiento reflexivo del sujeto sobre sí mismo, sus operaciones, sus intenciones y sus acciones.

Los dos últimos productos psíquicos de la actividad cognitiva requieren –el pensamiento lógico y ontológico y el pensamiento abstracto–, a modo de procesador, de una estructura cerebral y psíquica que sólo los seres humanos poseemos. No obstante, aún podemos considerar que los productos del pensamiento abstracto forman parte, como unidades subestructurales, de un producto de escala todavía superior y que es la conciencia de sí. Su función es establecer la coordinación unificadora de todos los contenidos de conciencia en sus diversas escalas, como también de los contendidos en los sistemas afectivos y volitivos. Fundamentalmente consiste en la permanente comparación de los contenidos de conciencia, ya estructurados y hechos presente, con los objetos de conocimiento proporcionados en nuestro contacto con la realidad, con el objeto de lograr la verdad, según la vieja definición tomista: adequatio intellectus rei (la verdad es la correspondencia del intelecto con la cosa).

Productos psíquicos

En la escala de las ideas parte de la función cognoscitiva consiste en relacionar las representaciones con símbolos. Estos pueden reemplazar las representaciones de imágenes, pudiéndose emplear tanto para pensar lógicamente como para comunicarse con los demás a través del lenguaje. El lenguaje es específicamente de ideas que están asociadas a imágenes significantes, mientras que el pensamiento puede estar continuamente referido a imágenes reales a causa de la enorme funcionalidad del cerebro, como cuando uno piensa en la idea de triángulo y lo refiere a la imagen de un triángulo concreto.

El cerebro, específicamente el centro de Broca, puede también, en cualquier instante, volver a la representación que había simbolizado por una palabra. El reflejo condicionado de Pavlov nos señala que una imagen olfativa-gustativa (un apetitoso bife) puede relacionarse con una imagen auditiva (el timbre). Si un perro obedece a una voz del amo, no es porque entienda el lenguaje conceptual que usa el amo, sino porque relaciona una imagen auditiva con una imagen de una acción que debe ser ejecutada.

El cerebro humano puede no sólo producir estructuraciones psíquicas a partir de escalas inferiores, sino que también puede hacer el camino inverso. Por ejemplo, el arte poético es la habilidad para estructurar una imagen a partir de conceptos. El natural orden de estructuración del conocimiento es revertido por el artista con el propósito de obtener una imagen que contenga una síntesis conceptual. Corrientemente, esta operación es metafórica, esto es, se vale de la analogía. El poeta, el artista o el publicista asocia dos relaciones de escalas distintas pero cuyas conexiones ontológicas, causales o lógicas son equivalentes.

Desde el punto de vista afectivo, la imagen tangible, por ejemplo, una obra de arte, al portar por analogía una representación de la realidad de una escala superior, es decir, una idea, también contiene el sentimiento que se relaciona con ésta, pero no necesariamente la emoción que se asocia usualmente con la imagen, ambas de una escala inferior. Más precisamente, el poeta apela no tanto a nuestro pensamiento conceptual-lógico, que sería el objetivo de un pensador, sino que a nuestros sentimientos.

También una mentalidad idealista hace el mismo camino reverso que el poeta. La imagen que estructura no proviene inmediatamente de sus percepciones, sino de sus ideas abstractas. Si imagina un triángulo, lo hará en forma ideal, sin las particularidades absolutamente concretas de la imagen.

Las actividades lógica y ontológica requieren una conciencia en plena vigilia. Cuando una persona duerme, estas actividades no pueden desarrollarse. El sueño no contiene conceptos, sino que únicamente imágenes. Sin embargo, como Freud descubrió, el contenido del subconsciente puede manifestarse en los sueños y expresarse a través de imágenes oníricas que de alguna u otra manera simbolizan las relaciones lógicas u ontológicas reprimidas. C. G. Jung, en especial, descodificó los símbolos que se vinculan arquetípicamente a imágenes particulares, de modo que se facilita mucho la interpretación de los sueños.


Teoría del conocimiento


Hemos llegado a un punto de la exposición en el que resulta pertinente hacer un alto para resumir lo dicho que sea englobado en una teoría epistemológica-psicológica. Cualquier teoría de este tipo que se formule debe considerar los distintos órdenes de fenómenos que intervienen, como el funcionamiento de las cosas en el universo, los condicionamientos funcionales del organismo viviente surgidos por la evolución biológica, su relación con su ambiente, las condiciones estructurales del sistema nervioso y sus peculiares funciones psicológicas.

Las numerosas dificultades que uno se enfrenta al estudiar el dominio epistemológico-psicológico pueden dividirse en general en dos grupos: aquéllas que se suscitan cuando se trata de definir las funciones psicológicas del cerebro identificándolas erróneamente con una mente de naturaleza espiritual, y aquéllas que derivan de considerar el cerebro dividido únicamente en niveles dentro de una misma escala supuestamente homogénea.

Esta teoría supone un sujeto cognitivo real, material, interno y activo que es afectado, y que existe en oposición a un objeto real, material, externo y pasivo que afecta. Supone también, en contra del dualismo cartesiano, un sujeto unitario, no dualista, ni compuesto por espíritu (mente) y materia (cerebro). Se opone igualmente al pensamiento kantiano que afirma que la mente (razón) inmaterial del sujeto material conoce un objeto inmaterial e interno del entendimiento, y no al objeto material externo. También se opone a la concepción conductista que niega la posibilidad de conocer al sujeto, al que califica como “caja negra”, si no es a través de reacciones del sujeto ante estímulos externos. En contra de del cartesianismo, el kantismo y el conductismo, busca comprender al sujeto en sí.

Para explicar la presente teoría comenzaremos señalando, en primer lugar, que el funcionamiento de las cosas del universo se caracteriza porque todas las cosas son estructuras funcionales, esto es, ejercen o son receptores de fuerzas específicas, y porque cada estructura es subestructura de una estructura de escala superior y contiene subestructuras que son estructuras de escala inferior. Una estructura es funcional no sólo respecto a sí misma, también lo es respecto a sus subestructuras y sus funciones. Así, una misma acción de un ser humano, como el gesto de detener un autobús, puede contener elementos de todas las escalas que lo componen, desde su propio peso gravitacional, pasando por impulsos de su sistema nervioso autónomo, hasta la intención deliberada que surge de su pensar racional y abstracto de la necesidad de detener el autobús para subirse y viajar al destino propuesto.

En segundo término, el cerebro es el órgano regulador y coordinador de un organismo viviente que se autoestructura en un hábitat determinado. Este consiste en un ambiente ambivalente capaz de proveer, pero que tiene a la vez la potencialidad para limitar y destruir. El sistema nervioso central ha evolucionado para adquirir información del medio y para generar en el organismo una respuesta apropiada de búsqueda de alimento y cobijo, de huida ante el peligro o de defensa ante un ataque.

En tercer lugar, el cerebro es una estructura fisiológica que tiene funciones psicológicas destinadas a producir estructuras psíquicas. El tipo de estructuras psíquicas depende de dos parámetros: la función psicológica específica del cerebro y la escala de estructuración. Referente a este primer parámetro, existen tres tipos de funciones psicológicas específicas: la afectiva, la cognitiva, que en el ser humano es cognoscitiva y la efectiva, que en ser el humano es específicamente volitiva. Para interactuar con el medio externo (incluido su cuerpo) todo organismo con sistema nervioso central necesita tener información sobre el ambiente; segundo, necesita evaluar dicha información en términos de si le es beneficiosa o dañina, y tercero, necesita responder a dicha información para aceptar lo que le beneficia y rechazar lo que le puede dañar. En otras palabras, el conocimiento sirve para actuar adecuada y oportunamente.

Hemos visto que con relación al segundo parámetro el cerebro es un órgano que ha evolucionado desde que en el sistema nervioso aparece la cefalización a causa de que los ganglios situados en la parte anterior del individuo adoptan funciones más especializadas y complejas. El estado evolutivo superior corresponde al cerebro humano. Entre el más primitivo cerebro y el cerebro humano la evolución ha consistido en una estructuración a través de una serie de escalas muy determinadas, de modo que el cerebro más evolucionado contiene la totalidad de las estructuras, y el menos evolucionado, sólo la estructura primera. Existen organismos en todas las escalas de conciencia de estructuración. Estas son una escala básica de la conciencia sensible (sensación cognitiva, sensación afectiva y pulsión), una escala media de la conciencia de un medio externo (percepción, impresión e instinto rígido), una escala mayor de la conciencia de lo otro (imagen, emoción e instinto plástico) y una escala superior de la conciencia de sí (idea, sentimiento y volición).

En cuarto término, para ser efectiva la funcionalidad es unitaria, esto es, tanto la estructuración fisiológica como la producida psicológicamente están jerarquizadas, teniendo un centro psíquico unitario, armonizador, equilibrado de escala máxima relativa que denominamos conciencia. De este modo, tenemos toda una jerarquía estructural afectiva-cognitiva-efectiva de escalas sucesivamente incluyentes que se unifican en sus respectivos tipos de conciencias.

También según lo expuesto hasta ahora, los contenidos de conciencia se estructuran en escalas distintas, y en éstas se relacionan de modo jerárquico e incluyente. El grado más alto de la estructura psíquica, o escala superior, corresponde a la conciencia de sí. Ésta relaciona las unidades más globales producidas por el pensamiento abstracto y lógico, y les otorga una unidad última. Le sigue en jerarquía la estructura del pensamiento denominado abstracto. Ésta, que consiste en relaciones lógicas de juicios o proposiciones constituidas por conceptos (que son las ideas abstractas), corresponden a la estructura del pensamiento lógico. A su vez, el producto del pensamiento lógico está compuesto por unidades discretas de ideas o conceptos estructurados de acuerdo a las operaciones de conjuntos y que emanan del pensamiento instintivo, el cual relaciona únicamente ideas concretas.

Por su parte, las ideas pueden ser o bien abstractas o bien concretas. Una idea más bien abstracta, o concepto, se estructura a partir de ideas más bien concretas mediante la relación ontológica. Las ideas concretas son estructuras constituidas por unidades discretas de imágenes u objetos de percepción. Las imágenes son estructuras compuestas por unidades discretas de percepciones. Las percepciones son estructuras consistentes en unidades discretas de sensaciones. Por último, las sensaciones son estructuras compuestas por unidades discretas de señales que provienen del medio externo a través de los sentidos de percepción.

En mi referodo libro El pensamiento humano (http://unihum5.blogspot.com) me ocupo de una segunda serie de escalas, aquella que la función abstracta y racional, correspondiente al pensamiento abstracto y lógico del cerebro humano, establece con respecto a las ideas.

Por lo tanto, el cerebro puede describirse analógicamente como una fábrica que contiene divisiones, las cuales están divi­didas en talleres, y éstos poseen máquinas. Digamos que las máquinas son las neuronas que procesan, en la escala de talleres, las sensaciones y producen percepciones. Los talleres procesan las percepciones y producen imágenes. Las divisiones obtienen ideas a partir de los insumos generados por los talleres. Si éstas pasan a través de la unidad de procesamiento lógico de la fábrica, el producto final son los juicios y proposiciones, para concluir en la profundización de la conciencia. Todas estas etapas recurren a bodegas, que representan memorias, para almacenar tanto los insumos como los productos terminados.


Inteligencia biológica e inteligencia artificial


Las ideas no son "formas" abstraídas de los objetos, al modo como propuso Aristóteles, y menos tienen existencia autónoma en el "mundo de las Ideas", como supuso Platón. Los conceptos no son entidades inmateriales, ajenas a las cosas extensas, como pensó Descartes. En nuestros días, esta suposición de la epistemología tradicional nos debiera parecer extraña. La cibernética nos muestra en forma práctica la capacidad de ciertas máquinas electrónicas para manipular los símbolos más abstrusos en forma mecánica: memorizarlos, relacionarlos lógicamente, y comunicarlos. Si una máquina tan material como una computadora maneja los símbolos de conceptos considerados abstractos, significa que éstos son tan materiales como la máquina.

Con todo, esto no significa que el cerebro humano sea similar a una computadora, lo cual deja a menudo estupefactos a los que buscan crear una inteligencia artificial similar a la inteligencia humana, o biológica. Si el cerebro es tan material como un circuito electrónico, y si es fruto de procesos perfectamente naturales, es lógico pensar que se lo pueda reproducir artificialmente, si no ahora, algún día en el futuro. Y sin embargo existen distancias fundamentales, si acaso no insalvables, entre la inteligencia humana y una posible inteligencia artificial. Una de las distancias que deberá ser salvada es la determinada por las funciones humanas, en especial, por la necesidad humana de supervivencia. Incluso, sólo el ser humano puede actuar conscientemente y renunciar intencionalmente contra el propósito de su objetivo natural de sobrevivir. En el fondo, el cerebro humano se diferencia de una computadora por las formas tan radicalmente especiales de estructuración y de generación de estructuras cognitivas, que lo hacen tan inaccesible a su replicación artificial.

Aunque la computadora es sorprendentemente rápida y segura para manejar enormes cantidades de datos, es absolutamente unidireccional y está construida para efectuar única y directamente el trabajo de relaciones lógicas que el programa le ordena efectuar, sin poseer un ápice de libertad ni de inquietud inquisitiva. Es incapaz por sí misma de conferir a los símbolos, las unidades discretas del proceso computacional, cualquier significado, valor semántico o relación ontológica, pues sólo consigue procesar la información según códigos preestablecidos que formulan reglas secuenciales que se van aplicando una por vez, sin lograr jamás superar dicha escala que permitiría acceder a escalas superiores.

La computadora es un ordenador puramente lógico que opera sólo de un modo matemático y hasta sintáctico. No consigue pasar de una escala a otra escala de estructuración más allá que la cantidad, pues no logra sintetizar la información procesada en estructuras que sirvan de unidades discretas para una escala superior. La lógica, que es común tanto a una inteligencia artificial como a una inteligencia humana, sólo es capaz de manipular cantidades dentro de una misma escala, pero no de sintetizarlas. Una computadora sólo puede efectuar las operaciones de un problema matemático, pero no tiene habilidades semánticas y obtener significados más abstractos. No es capaz ni de plantear el problema ni de tomar conocimiento de sus resultados, ni siquiera otorgar por sí misma símbolos a las cantidades, pues puede realizar sólo operaciones digitales, fácilmente mecanizables vía circuitos electrónicos.

Por el contrario, el ser humano, como cualquier animal que su supervivencia depende por lo demás de las decisiones que a cada momento está tomando, es consciente de todo un medio que le está suministrando información indiferenciada, y está obligado a prestar atención sin cesar a los diversos llamados, pues debe discriminar entre una multiplicidad de información perteneciente a escalas distintas de estructuración, y debe considerar asimismo diversas condicionantes y experiencias para dar respuestas oportunas y decisivas, seleccionadas entre complejas alternativas y variadas situaciones. Esto lo realiza con un gran poder de síntesis, es decir, de integración a través de todas las escalas estructurales de la estructura cognitiva de la que es capaz.

Mientras la inteligencia humana es capaz de, por ejemplo en el juego de ajedrez, seleccionar la jugada más probable tras penosa deliberación, la computadora, con su enorme velocidad, analiza las cientos miles de posibilidades en pocos instantes hasta encontrar la mejor. A la inversa, ninguna máquina computarizada ha podido hasta ahora superar al humano recolector de manzanas maduras de un árbol, quien puede discriminar instantáneamente colores, formas, tamaños y ubicar la forma de desprenderlas de la rama rápidamente, ejerciendo la presión precisa. Es una aparentemente simple tarea que los antepasados de este recolector habían estado ejerciendo por millones de años y que les había permitido sobrevivir y a la vez ir adaptándose al manzano al mismo tiempo que, simbióticamente, el manzano se adaptaba a las necesidades del primate y su especie ajustaba su estrategia de prolongación. Y sin embargo, algún día se podrá fabricar una máquina inteligente que supere al humano en recolectar manzanas, pues se trata de una tarea que acontece dentro de una sola escala.

En el cerebro humano las neuronas se relacionan entre sí formando una red no sólo densamente interconectada, sino que muy estratificada. En cualquier actividad psíquica, son miles las neuronas que participan. Aunque la velocidad de la información neuronal (que es de solo 70 m/s) es un millón de veces más lenta que la de una computadora electrónica (que es de casi la velocidad de la luz), el cerebro, que procesa simultáneamente una inmensa cantidad de bits en múltiples escalas, es millones de veces más eficiente que la computadora, la que por ser serial debe procesar uno tras otro los bits.

Así, el cerebro humano tiene una capacidad para efectuar miles de operaciones en forma simultánea en escalas incluyentes de estructuración, pudiendo ir de una escala a otra sin dificultad alguna. Esto le permite tanto estructurar en escalas sucesivas de complejidad desde las sensaciones hasta las ideas como volver desde lo más complejo a lo más simple en un instante. Cuando el ser humano posee la idea de triángulo, también tiene las imágenes concretas de algunos triángulos particulares y está al mismo tiempo consciente que se trata de una figura geométrica con tres lados y tres ángulos.

Para que una computadora pueda asemejarse al cerebro necesita que su estructura general, de escala superior, englobe a una multitud de estructuras de escalas cada vez inferiores e interdependientes entre sí, de modo que los distintos bits de información puedan ser relacionados y memorizados no tan sólo en una misma escala, sino que la estructuración de estas unidades de información puedan constituir también bits de otra naturaleza completamente distinta, correspondientes a escalas superiores, análoga a la diferencia que existe, por ejemplo, entre imágenes e ideas, si el sistema básico de procesamiento y memoria es sobre la base de estas unidades de información. Necesita también que su estructura general, que en el cerebro produce la conciencia, tenga una habilidad semejante si la acción que logre generar va a tener algo de intencionalidad.

Cuando se logre fabricar una computadora capaz, primero, de estructurar representaciones de la realidad de naturaleza abstracta a partir de representaciones de la realidad de naturaleza concreta; segundo, de simbolizar ambos órdenes de representaciones de modo que puedan ser referidos permanentemente a la realidad; tercero, de relacionar lógicamente estos símbolos de manera que el ordenamiento de los términos de las proposiciones se haga según parámetros de cantidad; cuarto, de relacionar semánticamente estos mismos símbolos de modo que en todo momento los símbolos puedan estar referidos significativamente a la realidad, y quinto, de producir símbolos también significativos y posibles de ser referidos a la realidad a partir de las relaciones significativas que logre establecer, se estará muy cerca de una de las dos condiciones que caracterizan una inteligencia biológica. La otra condición es, como se expresó más arriba, la capacidad de saltar de una escala a otra, ya sea sintetizando unidades en contenidos de escalas superiores o analizando los componentes de contenidos en escalas inferiores. No es suficiente proclamar la creación de una inteligencia artificial cuando la única función que desempeña es la función lógica, aunque con una velocidad y precisión que no tiene parangón en ninguna estructura neuronal.

Por último, la lógica no es una característica intrínseca de la máquina, puesto que ésta puede ser fabricada para que funcione en forma ilógica, por ejemplo, que 5 sea el resultado de 2 + 2. En cambio, la función lógica del ser humano es indispensable para la estructuración de los conceptos en juicios válidos, los que son indispensables para su propia supervivencia: un ser humano, o un animal, no puede permitirse errores vitales; un error le puede ser fatal.

Si bien la pregunta que se hace corrientemente acerca de la relación entre una computadora y el cerebro humano se refiere a las diferencias que existen entre ambos, debemos reflexionar que en tanto la computadora es un artefacto utilitario, fabricado por el ser humano, la importancia de la relación no se refiere a las diferencias, sino a la interacción entre ambos. En este sentido, una computadora pasa a ser una extensión funcional del ser humano. Del mismo modo como una piedra es una extensión del puño utilizada desde tiempos paleolíticos, un microscopio es una extensión del ojo del biólogo y una prenda de vestir es una extensión de la piel del ser humano para protegerse del frío y relacionarse socialmente, una computadora es una extensión del cerebro humano. Una computadora es un procesador lógico de información, un extenso archivo de datos, una precisa y rápida calculadora. En la interacción con el ser humano estas funciones intervienen no sólo de modo confiable, sino que según el mandato de la voluntad del individuo humano que la opera. Mediante la computadora, un ser humano agiganta su capacidad cerebral en su actividad inteligente.


Conciencia corruptible


La conciencia no es otra cosa que la activación electroquímica unificadora por la que se actualizan complejos conjuntos de relaciones psíquicas y se estructuran nuevas relaciones en un variado y continuo juego que abarca todo el espacio ocupado por el sistema nervioso. No es algo tan diminuto, como creyó alguna vez Descartes, quien propuso la glándula pineal como aquello que conecta el cuerpo con el alma.

Formalmente, la conciencia es la capacidad que posee un sujeto para adquirir la presencia de un objeto. La capacidad se refiere a la función de una estructura; en este caso, la estructura es la cognitiva; por tanto, la conciencia se refiere a la cognición. La posesión en este caso es una representación psíquica del objeto que se origina en las sensaciones que recibe de un objeto y que estructura o elabora en percepciones, imágenes y conceptos. El sujeto es el ser que contiene la estructura cognitiva. La adquisición es el acto cognitivo. La presencia es la invasión del sujeto en el campo de sensación del sujeto. El objeto es todo lo que se pone al alcance del sujeto, como causa de las sensaciones del sujeto, pudiendo ser partes de estructuras, estructuras individuales o el conjunto de las estructuras, tanto actualmente como surgidas de la memoria del sujeto.

Cada día que pasa en la vida de un individuo, miles de insustituibles neuronas se destruyen, o simplemente quedan desconectadas, y con ellas desaparecen para siempre unidades vivenciales únicas e irrepetibles y capacidades cerebrales. Afortunadamente, estas cantidades de neuronas que van muriendo constituyen una mínima fracción del total que cada individuo posee. Con el tiempo la memoria se va degradando, y también las capacidades intelectivas se van debilitando y la conciencia se va apagando. Este proceso, lento pero inexorable e irreversible, se acelera a medida que los sistemas metabólicos y circulatorios del individuo se van haciendo menos eficientes con la edad avanzada.

Cuando la muerte del individuo sobreviene, toda esa grandiosa acumulación de recuerdos, de asociaciones de imágenes, de relaciones ontológicas y lógicas, de conexiones cognoscitivas de unidades estructurales, de capacidad para intencionar amando u odiando se destruyen en un breve instante por la supresión de las fuerzas que sostienen la estructura, esto es, simplemente por la falta de suministro de oxígeno y aminoácidos; y ese fantástico y grandioso cosmos subjetivo desaparece brusca y definitivamente, para siempre.

La medicina legal reconoce en la actualidad que la desestructuración completa y definitiva del órgano que genera la conciencia marca la muerte virtual del individuo humano, aún cuando el resto de sus otros órganos permanezcan tan completamente funcionales que son susceptibles de ser reciclados para trasplantes. La conciencia no solo sostiene la vida autónoma, sino que le otorga unidad al organismo viviente. Sin ella el ser viviente pierde su organicidad en forma absoluta.

La muerte destruye toda una maravillosa estructuración en un brevísimo instante, el tiempo que tarda una neurona en ser destruida por falta de oxígeno. Pero según la primera ley de la termodinámica, y también la segunda, muchas de las experiencias y conocimientos acumulados, que han sido indudablemente funcionales para la supervivencia del individuo, no terminan necesariamente con su muerte. A través de la comunicación del lenguaje y de la memoria social, logran una subsistencia en la estructura cultural, pues la cultura no es otra cosa que conocimientos y experiencias de individuos comunicadas en un pasado y acumuladas en el recuerdo social. Probablemente, cada vida individual, con sus propias experiencias, creaciones y comunicaciones deje una cierta im­pronta en el saber social.

Para quien alberga la esperanza de que la conciencia transcienda el tiempo es difícil aceptar la conclusión lógica de la causalidad natural de que la muerte individual significa el término radical y total de esa maravillosa, inmensamente compleja, única e irrepetible conciencia tan personalmente propia del individuo y que jamás nunca volverá a repetirse nuevamente. El prodigioso entramado estructurado por cada ser humano durante una vida llena de gozos y sufrimientos, experiencias y conocimientos, éxitos y fracasos es, más que una muestra adicional de la extraordinaria exuberancia de la naturaleza, la mayor estructuración funcional a que puede alcanzar la materia, y que acostumbramos denominar espíritu, como una manera de significar la radical oposición entre conciencia y materia y, en consecuencia, libre de las leyes que rigen la materia, incluso de la segunda ley de la termodinámica.

Desde al menos la época cuando algunos antepasados nuestros pintarrajearon la caverna de Altamira con figuras tanto simbólicas como concretas, se ha supuesto que el espíritu es verdaderamente distinto de la materia. La ciencia, desde su particular punto de vista, no puede concebir que la conciencia pueda escapar de las leyes naturales, habiendo sido originada por estructuras y fuerzas que funcionan según estas mismas leyes. Las filosofías espiritualistas, que parten del supuesto de que la conciencia es espiritual, han visto sus fundamentos atacados vigorosamente por la ciencia. No obstante, existe un ámbito de la conciencia que es inaccesible a la ciencia, que es la conciencia profunda, importante materia que merece un análisis propio, pero que no entra en el propósito de este libro. La búsqueda de transcendencia de esta conciencia podría tener una respuesta real (ver mi libro La flecha de la vida, capítulo 6, “La existencia después de la vida.” http://unihum8.blogspot.com).


Santiago de Chile


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